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"... el bibliotecario protege los libros no sólo contra el género humano sino también contra la naturaleza, dedicando su vida a esta guerra contra las fuerzas del olvido"
Umberto Eco

FAÍLDE, Domingo F.

© Domingo F. Faílde, 2010


Linares-Jaén-España//Jerez de la Frontera-Cádiz-España


Libros publicados:
- Materia de amor. Barcelona, Rondas, 1979.
- Oficio y ritual de la nueva Babel. Linares, R. Himilce, 1980.
- Cinco cantos a Himilce. La Carolina, La Peñuela, 1982.
- Ese mar de secano que os contemplo. Tomelloso (C. Real), Jaraiz, 1983
- Patente de corso. Algeciras, Cuadernos de al-Ándalus, 1986.
- De lo incierto y sus brasas. Valdepeñas, Col. Juan Alcaide, 1989.
- Rosas desde el Sur. Algeciras, Cuadernos de al-Ándalus, 1992.
- Cuaderno de experiencias. Algeciras, separata revista Almoraima, 1993.
- El corazón del agua. Almería, separata revista Batarro, 1994.
- Náufrago de la lluvia. Alicante, Aguaclara, 1995.
- Manual de afligidos. León, Excmo. Ayuntamiento, 1995.
- La noche calcinada. Almería, Batarro, 1996.
- La Cueva del Lobo. Jaén, Excma. Diputación Provincial, 1996.
- Dos de corazones (plaquette). Málaga, Aquilea, 1998.
- Elogio de las tinieblas. Córdoba, O. S. C. Cajasur, Los Cuadernos de Sandua, 1999.
- Conjunto vacío. Málaga, Puerta del Mar (Excma. Diputación), 1999.
- Amor de mis entrañas. Málaga, Corona del Sur, 2000.

OBRA

SELECCIÓN DE POEMAS

FINIS GLORIAE MUNDI

Cuando la noche adviene.
Cuando sedienta cae
como un anciano ebrio que, súbito, desplómase
y, títere del vino, si de la edad, arrastra
su mísero esqueleto sobre la acera impasible.
Cuando oscura la plaza
y oscuro el mar también
y la alcoba, oscurécese
el reducto letal del corazón,
la memoria y el alma se oscurecen.
Cuando adviertes, en fin,
que no es posible el alba.

Entonces, cuando evidentemente estás solo
y no hay nadie en tu lecho, por más que el amor sueñe;
cuando, como temías,
el mundo se acostó más temprano que de costumbre;
cuando afuera la sombra del silencio se expande
y no se escucha apenas un ladrido
ni brama el oleaje
ni llueve, en fin, siquiera:

No huyas. Ten valor. Enfréntate al destino.
La historia que invocabas para ahuyentar la vida,
tampoco va a tratarte mejor.
(De Náufrago de la lluvia, 1995)


CONFÍN ÚLTIMO

Escucho cada noche, como un rumor remoto,
las antiguas palabras. Mas, si resucitados,
también los viejos ecos irrumpen, la memoria
un río de cristal acoge en su palacio.

Nunca de mí supiera, sino que era y estaba
o, simplemente, huía, tal vez de mí o mi sombra;
cuando, súbito, encuentro
un ancestral poema:
Con púrpura, con flama, con guerreros,
soy tal vez el jinete que cabalga en cabeza.
Pasto de eternidad, aquella gloria
que expira en un renglón entre adjetivos
o guirnaldas de trapo o flores de papel,
ofrecida a los vientos.

Pesa, no el cuerpo ni la edad ni aquella
góndola que dejamos en el rincón del sueño;
pesa la historia, el lastre que nos crea,
la deuda original que nos aherroja.

Escucho cada noche cómo una voz purísima,
el muchacho tristísimo que cada tarde muere,
me invita a huir, señalando
con la mirada el mar, el mar, el mar.
(De Manual de afligidos, 1995)


ZONA CATASTRÓFICA


No toleran los dioses la felicidad
de los hombres. Perversos,
sin duda, bienestar, placer o dicha,
que el orden contravienen
o desafían la espada
o arrancan a los astros sus secretos designios,
porque son como antorchas
e incendian los templos,
hurtándose al arbitrio del resplandor que ciega.

Penumbra y vituperio,
envuelvan la insolente casta del albedrío;
sólo llanto merezca la fiebre del audaz
y no encuentre reposo entre vivos ni muertos
quien osó sostener la mirada a la luz.

Y mientras al dolor el arúspice invoca
y bendice al sumiso y al triste agasaja,
niega la tierra el fruto que el cielo ha aniquilado,
retumban los sillares al galopar asirio
y adviene de las lágrimas el reino,
begin to begin.
(De Conjunto vacío, 1999)


DESCENSO AL HADES

También tienen su infierno
las palabras: aquellas
que no nombran, silencian
o ignoran; las palabras
que engañan y confunden;
las que insultan y matan;
sobre todo
las que el timón del mundo
gobiernan y conducen
la nave de los hombres
al abismo y al caos y a la nada.
Tienen también
su infierno: la sombra
de cosas que no son, antisustancia,
el gemido de las generaciones
que arrastran su ceguera por la noche
mientras el cielo cierra sus ventanas.
(De El resplandor sombrío, 2005)


LA CASA SOSEGADA

Hemos llegado, como de costumbre,
al abrigo secreto del hotel.
He pedido la llave. A pocos metros,
a contraluz, de espaldas, relumbra tu figura
ceñida por el mar. Sabes que, arriba,
la cómplice penumbra abre los mapas
y despliega efectivos, estrategias, la luz.
Ah, la escalera.
Por la secreta escala nos guía Juan de Yepes
-¡o era, imberbe, un botones
que vi en alguna parte?-,
disfrazados tú y yo:
no estaba sosegada nuestra casa.
(De Las sábanas del mar, 2005)


RECINTO

Cuando todo cesó, comenzaba la vida.
La tarde, con sus nubes,
sus encajes de viento y los manteles
manchados por el vino, es tan sólo esta alcoba
y el tibio embozo donde te refugias
tal vez de la amenaza de mis párpados,
mientras el pelo asoma
sus crestas de azabache.

Y estás aquí, perdida en algún sitio,
en el mapa impreciso de mis manos,
inmersa en la extensión de mi mirada,
toda horizonte, niebla en carne viva,
ofreciéndome el vientre de la noche,
la incógnita infinita de tus brazos.

Cuando todo cesó, ya no cabía
otro aroma en el mundo que tu cuerpo
y el mío, abandonados
en la blanca amapola del las sábanas.
(De Las sábanas del mar, 2005)

LA CARGA

En blanco y negro el cielo de esos años,
Einsestein, con su cámara,
rodase en cualquier sitio la barbarie:
una calle, una plaza, una esquina cualquiera;
sobre todo, los templos del saber
y el aroma a jazmines
que desprende, desnuda, la libertad.

De todas partes acudían rebeldes,
por todas partes se sentían consignas,
en todas partes, como una nebulosa,
la espiral de la voz que quiere ser oída,
la espiral de la mano que otra mano requiere,
la espiral del latido
que busca un corazón en que anidarse;
y allí el mapa vertía sus rosales
y era joven de pronto la mañana,
allí, en la escalinata torturada de Odessa,
una calle, una plaza,
una esquina cualquiera de la ciudad.

De todas partes emergían serpientes,
por todas partes se esparcía el veneno,
en todas partes, como un rayo oscuro,
el vergajo, la muerte,
cercenando la luz: era la policía,
allí, en la escalinata torturada de Odessa,
una mañana gris del mes de octubre
o una tarde de enero; fue tu vida,
los años que perdimos o se fueron a bordo
del viejo acorazado Potemkin.
(De La sombra del celindo, 2006)


DE LOS LIBROS PROHIBIDOS

Acaso no recuerdes su perfume,
pero olía la tinta a madreselva;
y, al mirar hacia atrás, si despejada
la calle de tu crimen se propiciara cómplice,
el corazón latía más deprisa,
sin duda presintiendo el paraíso.

Eran libros prohibidos. Lo supiste
porque tembló tu mano al hojearlos
y tus dedos sintieron
ese tacto caliente que emana de las páginas
de las obras malditas.

En aquellos estantes el mundo era un secreto,
y ante ti sus arcanos, como una rosa oscura,
abrían las corolas, te incitaban
a remontar la cuesta, la durísima,
inexpugnable cuesta del silencio y el frío.

Tomaste -¿no te acuerdas?-, con mano sudorosa,
un volumen, un libro
de versos encendidos como sólo la sangre
se enciende y se derrama y te aguija y te quema
e instiga el desacato que conduce a la gloria;
un libro, libremente,
y le diste cobijo en tu jersey.

Desiertas a esas horas las aceras,
una luz clandestina te acompañó hasta casa.
(De La sombra del celindo, 2006)


PATIO AL AMANECER

Sobre el suelo, la estatua
sin pedestal de un niño, mansamente posada,
parecía dormir, ajena al tiempo
y a la humedad que hendía su humor en las baldosas.
Potos, yedras, bejucos, una selva
de enredaderas, tibio cortinaje
sobre el mármol tupían, y el chiquillo,
yacente, mutilado, desdeñoso
de todos los objetos (la consola,
el reloj de pared, la mesa de cristal
y un perro de escayola con su ladrido mudo),
altivo sonreía.
Añoraba, tal vez, los días felices
de su infancia en Baelo, viendo llegar los barcos.
Reliquia, ahora, entre las aspidistras,
era una pieza hermosa,
el más bello ornamento de la estancia.

Su perfección antigua, ya aterida
en alguna necrópolis remota,
ponía fecha y nombre a la inmortalidad.
(De La sombra del celindo, 2006)


IDILIO

La soledad
me ha visitado hoy.
Sentada en el sillón, conversaba en voz baja,
que en la calle hacía frío, que los precios
subían, incesantes, que si has visto
la última película de Alejandro Amenábar,
que cómo sigue Cádiz tras la huelga, esas cosas
con que se mata el tiempo y los fantasmas,
dejando que la niebla del cigarro, larguísimo,
volase por la estancia, como un ave invisible.

Por no perder el tiempo ni acaso la costumbre,
le hice proposiciones deshonestas,
que te acuestes conmigo, que hagamos el amor,
para vencer el ocio y combatir el tedio.

Por el mismo motivo, esbozó una sonrisa,
cogió el bolso y los guantes,
dijo adiós y se fue calle arriba.
Me quedé como estaba, con mi silencio a solas,
recordando la letra de un bolero. A lo lejos,
siempre hay alguien que canta en estos casos.
(De Región de los hielos perpetuos, 2008)


CONTEMPLACIÓN

Imperceptible, cae
una lluvia dulcísima. En las calles
la gente se apresura. Están sonando
las campanadas de un reloj. ¿La hora?
No sé, fueron cayendo,
una a una, despacio, y como buques
de papel navegaron hasta la alcantarilla.
Tras la ventana, veo
perderse su sonido entre las olas,
al otro lado del cristal. La noche
espesa la cortina de humo que me envuelve
y apenas reconozco, frente a mí, la figura
del hombre que se mira en el espejo:
no soy yo, no son éstas mis manos ni mi frente
peina, ya rala, unos mechones blancos.
Siguen rodando los pequeños buques
por el cieno sucísimo y oscuro.
Estoy solo. La vida es esa calle
por donde van al mar las horas muertas.
(De Retrato de heterónimo, 2008)


ORACIÓN DEL DESESPERADO

Apóstate, Señor, en la esquina más próxima
y asáltame en la noche, mientras duerme
la ciudad y, borracho, yo regreso a mi casa.

Que no tiemble tu mano
al asestar el golpe. Sé limpio,
pues no cabe mayor piedad que un tajo
profesional, certero, fulminante,
sin dar opción al tiempo y sus ardides.

Date, luego, a la fuga
y deja que mi alma muera también conmigo.
La eternidad es tuya: llévate mi cartera
y arroja a la basura mi carné, los papeles,
demasiado profanos y, desde luego, inútiles;
también y, sobre todo, mis poemas, los libros
que escribí. La tristeza,
quédatela, Señor, véndela al peso:
ella es la suma exacta de mi vida.
(De Retrato de heterónimo, 2008)


RETRATO DE HETERÓNIMO

Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!
Jaime Gil de Biedma

No soy aquel ni ése ni yo mismo.
No tengo voz ni voto ni palabra.
Nadie me ha dado vela en este entierro.
No canto. No cuento. No existo.

Sé de mí lo usual, tan poca cosa
que se reduce a un apellido, un nombre,
y tampoco son míos; ni siquiera
la edad que me atribuyen, los años no vividos,
las historias que encierro en cuatro versos
como cuatro paredes. Ni mi firma.

Qué hago aquí, me pregunto y eso es cierto,
usurpando una luz que no es la mía,
colgado de una hembra que tiene quien la quiera
y prefiere a otro tú, a otro yo-lírico,
sombrío, taciturno, fracasado;
un hombre tan real, que suda y sangra
cada vez que el arcángel le invita a echar un trago.

Ni siquiera me queda la coartada romántica
de forjar en mi fragua la hoja del cuchillo
que he de blandir quizás para matarme,
a falta de una espada que me lleve a la gloria.

En fin, soy un okupa de la mansión que habito.
No tengo nombradía ni estilo, soy un eco
de mí mismo, sin honra ni fortuna,
sin currículum vitae, sin papeles.
Soy un triste no ser, venido a menos.

He entrado en el Parnaso por la puerta trasera.
En el coro de Apolo voy de simple corista,
una puta barata que, a veces, se desnuda
y, a veces, bebe el güisqui podrido del alterne.

Nada os debo, es verdad –ya lo dijo el poeta-;
para el pan que me como, con usura lo pago:
un escaño en el cielo se reserva a quien sufre
y, aunque no creo en Dios, le reprocho mi suerte.

Y para qué seguir. Se acabó la película.
No soy más que un poetastro, condenado al olvido.
En los libros de texto no ocuparé una línea.
Mi futuro es la tierra de una fosa común.
(De Retrato de heterónimo, 2008)


MAMBO NUMBER FIVE

Recordando a Dámaso Pérez Prado

La vida, como un disco de vinilo,
deja siempre en el aire un eco leve,
luego detiene el brazo que la mueve
y adelgaza la voz, tan sólo un hilo.

Vuelve a sonar la música y el filo
de una canción el pecho nos embebe
y, en tanto su sonido nos conmueve,
pasa la moda y todo queda en vilo.

Pero el disco, guardado en un estante,
guarda también en su empolvada gloria
el latido más joven del instante.

Mientras aliente el surco con ahínco
la luz que reivindica la memoria,
sonará siempre el mismo mambo, el 5.

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