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"... el bibliotecario protege los libros no sólo contra el género humano sino también contra la naturaleza, dedicando su vida a esta guerra contra las fuerzas del olvido"
Umberto Eco

DELGADO, Ariel Carlos

Ariel Carlos Delgado.

Bogotá-Colombia.


Publicaciones:
*Selección de Cuentos; Editorial Lanzadera, Bogotá, 1996

OBRA

SELECCIÓN NARRATIVA

CINCO SEGUNDOS EN EL VACÍO

La señal de alerta comenzó y una pequeña luz roja en el interior del casco me la confirmó; la reserva de oxígeno se estaba agotando y en poco tiempo moriría. Estaba inerme, inerme en el vacío del espacio.
Los restos de la nave se perdían en la distancia, poco a poco la oscuridad del espacio engulliría esa muestra del ingenio y arrogancia del ser humano.
La conquista del espacio sonaba muy bien en la ciencia ficción, pero en la realidad las cosas no fueron tan sencillas.
Dicen que cuando estás a punto de morir ves pasar tu vida como en una película. Yo no veía nada, absolutamente nada.
Pensé en las personas que dejaba en la tierra, lo que hice, lo que dejé de hacer, lo que dije y dejé de decir. Oré, no por mi salvación ya que esto era algo imposible, rogué por mi familia y amigos y deseé que la vida que tenían por delante fuera plena y feliz.
No valoramos la vida, nunca lo hemos hecho.
A lo lejos las estrellas lanzaban sus señales de luz tratando de comunicarme un mensaje que escapaba a mi entendimiento. Eran tan hermosas.

EMBRIÓN FINAL

El anciano se rascó su larga y afilada nariz, estiró una mano para tomar el vaso de agua que había sobre la mesita y bebió un corto trago. Su mirada recorrió las paredes de su habitación, hacía ya veinte años que vivía en esa casa. Lejos de todo, incluso de su pasado.
Se levantó de la mecedora y caminó hasta la ventana; afuera la noche era cálida, soplaba una ligera brisa. Se pasó las manos por el escaso y encanecido cabello, su alta y desgarbada figura vestida con un pijama gris y una bata a cuadros resultaba melancólica.
Nunca se había casado, nunca le tuvo miedo a la soledad, es más; siempre la buscó con alegría. Ahora, algo en él le decía que ya todo finalizaría.
Miró al gato que dormía tranquilamente enroscado en la cama, su único amigo en los últimos años, lo extrañaría. No le preocupaba qué le ocurriría una vez él muriese, los gatos son sobrevivientes por naturaleza, lograría salir adelante. En realidad somos nosotros los débiles, no podemos resistir sin cosas como familia, amigos, trabajo, cultura.
Cerró los ojos y escuchó voces, pensó que estaba perdiendo la razón, tal vez el haber estado solo tanto tiempo le había afectado finalmente. Las voces le tranquilizaron diciéndole que en el fondo él sabía que ellos realmente estaban allí.
El anciano les preguntó quiénes eran y ellos respondieron; eran una raza llegada de los confines del espacio, llegaron mucho antes de que el hombre apareciera en la Tierra y permanecieron observando el lento desarrollo de las formas de vida en el planeta, criaturas sin forma física ajenas al paso del tiempo.
Y por qué se comunican conmigo, preguntó, no soy importante, estoy muriendo.
Ellos permanecieron en silencio por algunos minutos buscando las palabras para hacerse entender. En los siglos que llevaban observando descubrieron que el hombre no es más que un recipiente, el embrión de algo más avanzado.
Él era el primero en alcanzar ese estado y por lo tanto decidieron ayudarle en ese paso tan difícil de dar y que tantos siglos había llevado lograr.
El anciano sonrió, eso respondía muchas dudas que obsesionaban al ser humano desde que tenía capacidad de raciocinio. Qué somos, hacia dónde vamos, preguntas estúpidas ya que al final el hombre no era verdaderamente nada.
¿Dolerá? Fue la inevitable pregunta.
Ellos le tranquilizaron, luego del cambio no conocería el miedo, el dolor, ni el odio. Su hogar sería, al igual que el de ellos, el universo.
El anciano acarició al gato que ronroneó feliz, regresó a su mecedora y cerrando los ojos con lentitud, volvió a nacer.

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