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"... el bibliotecario protege los libros no sólo contra el género humano sino también contra la naturaleza, dedicando su vida a esta guerra contra las fuerzas del olvido"
Umberto Eco

ÁLVAREZ, Andrea Victoria


Andrea Victoria Álvarez

Aragua-Venezuela//Buenos Aires-Argentina


Obras publicadas:

-Antologías Desde todo el silencio-Tomos I, II, III-Editorial Los puños de la paloma-2007, 2008, 2009

OBRA

SELECCION POETICA

AYER

Es tu ayer
circulante inspiración
y sus retornos.

Pendular oscilante vibratorio
vas y vienes

Es mi ayer
en espiral circunspecta
-ay de mí-
imperceptiblemente


Ayer, ayer
eres como olas de mar
vas y vuelves

Y te alejas
y te advienes

Bajo semejantes aguas
el mismo lugar no es siempre.



ALIMÉNTAME TIERRA

La tierra tiene sangre,
sangre negra
y venas y piel y fruto.

El hombre
un sentido de reproducción
sobre todas sus planicies.

Pero también tiene –intuyo-
un hoyo metálico en la boca
del estómago,
hambre

y mucha soja para mitigarla.

Exquisitos manjares de hidrocarburos
al plato.


SELECCIÓN NARRATIVA

INSOLACIÓN

Afuera, la destemplada fogosidad del sol reseca las hojas de los árboles, chillan y se achicharran las piedras. En tanto, yo guarezco a las sombras de una brisa artificial que refresca mis pensamientos:

Como nunca, Ungaretti me une a la vida:
“penetrada /en mi silencio /he escrito/nunca /tan unido a la vida”.

Whitman remonta vuelos a la estima del existir que poco antes Cioran había sepultado, cortado alas, con su pesimismo insolente:

“Me celebro y me canto a mí mismo”

Las imágenes comienzan a aflorar e invaden las neuronas algunas chispas de inspiración….

De repente el silencio ha hecho escala en otro lugar:

alguien habla,
suena el teléfono,
tocan la puerta.

Un perro ladra
desaforadamente.

Vuelve la calma.

Ahora, en mi cercana territorialidad, invoco desmoralizada los fecundos silencios de la casa de Yolanda Pantin:

“La palabra a golpes desprendida. /Volcada de revés. / La calma es un minuto”.


Pero el largo y tendido alarido de un niño, más parecido al llamado de tarzán, los desgarra.

Salgo de mi escondite, encaro al sol inclemente, a las hojas resecas, al chillido de las piedras chamuscadas y también grito…. ¡Déjenme escribir!

Finalmente, el silencio se ha derretido al sol al igual que mi inspiración.


EL FORASTERO DE RIO BAJO

La curiara había volcado y se alejaba con la corriente sin rumbo fijo. Mientras, los brazos de la anciana se agitan por sobre las masas de agua que la tragan, voraz, sin misericordia.

Todo estaba bien hasta que llegó el viajero, un hombre venido de ninguna parte que miraba de lado y caminaba con el pecho inflado como pavo real. Jaina había quedado prendada de él, por sus maneras complacientes y solicitas que, no en pocas ocasiones, proveía a la muchacha.

— No te quiero ver más con ese hombre. —Le había dicho su abuela días antes.
—Pero abue, si no lo conoces. El me habla de la ciudad, de todo lo que desconozco por vivir aquí, aislada en este monte. No puedes obligarme, lo sabes.
—No te voy a obligar a nada, estas a mi cargo desde que murieron tus padres y es mi responsabilidad cuidarte. Por eso lo hago. Y —agregó rotundamente—, ¡no verás más a ese hombre!

Días después, el viajero había desaparecido misteriosamente. Al poco tiempo hallaron, lo que muchos suponían, su osamenta encallada en las riberas del río.

Todo habría quedado allí si Jaina no hubiera escuchado la conversación de su abue
con uno de los hombres de pueblo.
—¿Y al final qué quería ?, ¿saber sobre el camino a las minas?
—Así es —le contestó el hombre recostado de una de las vigas del ranchon—, creo que era lo único que le interesaba. Luego, todo fue más fácil. Lo subimos a la curiara haciéndole creer que lo llevaríamos al camino de las minas y a la mitad de Río Bajo le dimos un empujoncito.
—Teníamos que hacerlo —prosiguió la vieja —, ese menesteroso se estaba burlando de mi nieta, lo único que buscaba era sacarle información. No podía permitirlo.
—¿Y usted, cómo lo supo? ¿Se lo dijo Jaina?
—Yo los escuché, le hacía preguntas sobre el lugar de donde sacamos el oro. Por supuesto, Jaina no se lo dijo porque no lo sabe, pero yo me di cuenta de sus intenciones. Luego ella misma me preguntó. Allí me dije, este hombre es más peligroso de lo que parece y decidí hablar contigo
—Hizo bien, ahora tenemos un problema menos.
—Dos —respondió la vieja sagazmente, — ya no podrá perjudicar a mi nieta.

Jaina debió contenerse para no salir y enfrentar a su abue, después de todo, que derecho tenia si todo lo había hecho por ella y ahora la convertía en asesina. Su reacción fue caminar hacia la costa del río, subir a la primera curiara que descansaba sobre las aguas y comenzar a remar.

Al alejarse, un hombre desde la orilla le gritaba para que volviera con su embarcación.

Las voces llegaron hasta la casa de la anciana quien corrió a la margen del río para ver como la canoa con su nieta en ella se alejaba bajo el calor inclemente y los vaporones de las aguas.

—¡Nos escuchó! —gritó al hombre con el que había estado hablando segundos antes—seguro nos escuchó.

Desesperada, corrió por la orilla del río y tomó otra embarcación. Como pudo, la arrastró hasta las aguas y comenzó a navegar en dirección a la barca que llevaba a Jaina

—¡No haga eso! —Quiso prevenir el hombre, —hace mucho que usted no navega, ni tiene fuerzas para dominar la embarcación.

La advertencia llega tarde, el hombre intenta detenerla; pero ya la curiara ganaba velocidad entre las curvas pronunciadas del río y se dirigía vertiginosa hacia la parte más peligrosa de Río Bajo. En su acelerado recorrido golpea fuertemente contra troncos y rocas. Se acerca y aleja de la rivera en loco vaivén. La embarcación donde viajaba Jaina desaparecía en el horizonte, cuando la de la vieja da una voltereta en el agua y ella queda atrapada entre el casco y la profundidad del río. La desdichada comienza a agitarse, a buscar la superficie desesperadamente. Sus miembros se agitan como si pretendiera nadar, apenas flota.

Estas sacudidas, el calor asfixiante, la falta de alimento que suele azotar la zona durante los veranos intensos, hacen que las hambrientas pirañas deseen formar parte de la escena.


EL SONAJERO

Siempre al pasar por esta calle y mirar al patio de su casa, él levanta la mirada deja de jugar a la pelota y huye como si le asustara mi presencia.

La última vez me quedó la intención de arrebatarlo, de llevarlo conmigo.

Después de mucho meditar hoy me atrevo. Violo la intimidad de la morada: una silla a la que le falta una pata está atravesada en la puerta, al fondo el mobiliario desvencijado descansa sobre un piso polvoroso. Escucho mi respiración agitada y el ritmo apresurado de mi corazón hace latir las paredes de madera y latón. Un olor penetrante de aceite quemado, de frituras, me lleva a dirigir la mirada hacia el otro rincón donde un montón de platos y vasos de plásticos reposan sobre la mesa con restos de comida, al parecer, del día anterior.

Sigilosamente sigo mi recorrido. En otra habitación y sobre un catre permanecen algunas vestimentas apiladas, percibo una mezcla de olores entre humedad, sudoración y cosméticos baratos. Mas allá, empotrado entre el catre y un gran escaparate descubro una caja de madera de amplias dimensiones, me acerco y en su interior observo algunos peluches y otra diversidad de juguetes. Un sonajero con forma de oruga llama mi atención, pienso en su dueño. Lo levanto y hago tintinear suavemente. Su sonido armonioso me hace desistir.

Vuelvo sobre mis pasos y me retiro con la misma discreción con la que había entrado. Al ganar la calle, la cruzo con paso apresurado hasta llegar a la plaza. Allí el repiquetear de las campanas de la iglesia mayor se confunde con el sonar del sonajero en mi bolsillo

“Al menos el cachorro no tendrá a quien extrañar”—me conforto.

Llego a casa, coloco el sonajero sobre la mesa y comienzo a escribir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un verdadero placer encontrar una originaria de la tierra de mis amores, Venezuela, desplegando tanta creatividad y sensibilidad...

Mis cordiales saludos