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"... el bibliotecario protege los libros no sólo contra el género humano sino también contra la naturaleza, dedicando su vida a esta guerra contra las fuerzas del olvido"
Umberto Eco

VALCKE VALBUENA, Cristina Eugenia


Cristina Eugenia Valcke Valbuena

Santiago de Cali-Colombia


Libros publicados:

* Mujeres al margen-Ensayo-2003
* Arrojada al laberinto-Poesía-2005
* Perspectiva de Género en la Literatura Latinoamericana-Ensayo-2010

Poeta. Magíster en Literaturas Colombiana y Latinoamericana de la Universidad del Valle. Licenciada en Arte Dramático. Profesora de Poesía Latinoamericana y Perspectiva de género de la Universidad del Valle, en la ciudad de Cali (Colombia).
Desde el año 2003 es miembro del grupo de investigación Literatura, Género y Discurso de la misma institución.
Ha publicado múltiples ensayos en libros y revistas especializados en literatura y crítica literaria. Su obra poética ha sido incluida en varias antologías nacionales.

OBRA

SELECCIÓN POÉTICA

HACIA EL DESTIERRO

“ ...Bebe hoy mi leche, te quiero y tú lo sabes.
Pero quiera Dios que llore yo tu muerte mañana
cuando los míos tomen venganza.”
Canción de cuna macedonia,
en tiempos de la ocupación Otomana


Ábrame la puerta hermano,
una cinta de sangre
me sigue.
Como la niña de un cuento
por los caminos
yo venía cantando,
las espigas se mecían
con mi canción...
llevo las carnes violáceas
y esa semilla.

He visto a mi padre
cruzar sin mirarme,
escupió mis pies.
Fui tras él sin que lo notara,
se volvió pequeño y anciano,
un hombrecito diminuto
que cabría entre mis dedos.
Lo supe entonces,
no levantará más su rostro.

Ella me dijo:
Sabes que debemos sellar la entrada,
ni tu voz ni tus ojos
volverán a vagar por nuestra casa.
Hemos de clausurar el corazón.

He clavado alfileres
en mi vientre,
germina.
La mancha de siete cabezas
que devorara mi canto
una tarde,
me sembró un soldado.
Los míos están obligados
a lapidar mi nombre,
ninguna puerta se abrirá para mí:
está escrito.

Sólo nos movemos en la oscuridad
viajamos hacia el destierro,
la cinta roja anuncia que hemos pasado
y en el camino van quedando
los niños muertos,
los niños muertos.
Bebe de mi pecho
-no te abandono-
crece ruina mía,
aprende la guerra
y vuélvete contra la bestia
que se esconde tras los matorrales.

Ábrame la puerta hermano,
por los caminos yo venía cantando...

COMO ANTÍGONA

“fue el fin del mundo dentro de todo mi cuerpo.
...escribe que no todos los musulmanes
repudian a sus hermanas o mujeres violadas...”
Testimonio de mujer bosnia, citado en el libro: “Las mujeres dan la vida,
los hombres la quitan” de Madeleine Gagnon


Cuando el mundo conocido explotó
huyeron al bosque,
alejados de las escrituras,
sólo se tenían el uno al otro...
Él debió dejarla para ir en busca
de alimentos
pero al volver,
no la halló bajo la manta
de hierba.
Esclavo del miedo
vagaría entre la serpiente
y el pájaro,
se revolcaría de incertidumbre,
habría querido ser gruta
para llevarla guarecida en su entraña...
el escándalo de rapaces
reveló la ignominia,
su sexo era un cielo desgajado
en coágulos,
paraíso perdido...
ella, la fraterna,
la gemela,
la formada en el vientre
de su madre,
la germinada del esperma
de su padre,
la llena de gracia,
ahora extendida en la roca
apenas si conservaba
bajo el horror,
un punto de honra.
En sus ojos aún despiertos
vio que lo dejaría abandonarla
sin reproches.
-¡Nunca...
allá, la letra
aquí, la sangre!
Llevó el lago hasta su cuerpo
y lo dejó hacer,
la piel era huellas que caían,
ocupaba su lugar
una membrana delicada,
dolorosa.
Cuidador de su hermana,
devolvió cada hueso
a su espacio
y esperó.
Gestada por segunda vez,
se levantó para amarlo...
en el bosque,
en la guerra.

CAMINO DE PLACENTAS

I

Debería llover leche
sobre la sabana y el monte,
leche para la sed de mi niño dormido.
Si del cielo descolgara una teta grande
magnífica,
si la saliva ascendiera en remolino
y la hiciera venirse
arrullo de leche,
entonces la tierra roja
se haría cuna
y él abriría sus ojos
de niño bueno.

II

Seguí la roja grieta
para saber si encontraba el principio,
y hallé un vientre triste,
quería recoger sus hilos,
largo desandar de carne.
Al otro lado,
perdido,
uno que quiere volver
lucha contra dragones
y figuritas de barro,
en el monte
solo
no sabe
como llamar a la mamá.

III

Ser invisible,
evanescente,
desaparecer.
Hemos sumado tantas magias este año,
bajo una nube de gritos
se hace el milagro,
un desaparecido nace.
En el mundo de los invisibles
los nacimientos son la única algarabía
porque el aullido del nuevo los convoca,
todos se presienten y danzan,
luego van silenciosos,
temen que los oigan hablar en solitario.
La magia no es perfecta,
desde allá no pueden ver
el rostro de los visibles
y deambulan en busca del hueco
por donde entraron,
no les hace gracia el tiempo.
La placenta cubre la luz,
deben ir descalzos y a tientas,
cada uno tiene que encontrar la suya,
su regreso.
Pero casi nunca la sienten,
se confunden con las huellas húmedas
de otros ojos.
Afuera no entendemos el juego,
la imagen cubre invasora
el espacio del transmutado,
lo desplaza para que no duela
y una flor azul suplica
en las únicas manos
que insisten sobre la tierra.

IV

Los desplazados llevan la marca en su frente,
sangre de maíz
endurecida al sol y al viento,
han dejado de ser invisibles
no recordaban cuanto pesa el color ni la belleza.
Deben aprender a moverse
como cachorros de ñu,
antes de que el mundo los deje.
Sueñan que el ombligo es una flor azul
que los hermana con el cielo
y que un antepasado cruza las noches
para contarles sus visiones,
por eso saben
que aún les quedan las estrellas.

AGAZAPADA

El noticiero reportó el suceso: en Argentina fue hallada una mujer
que vive desde hace más de cuarenta años
encerrada en un corral, junto a las gallinas.
Su familia, gente del campo, la recluyó en este lugar,
desde muy niña, por presentar trastornos neurológicos.
Científicos opinan que el proceso de adaptación
a mejores condiciones sería traumático.


Nací animal,
bestia extraña a los modales
con un hálito de mujer
entre las piernas.
Mis compañeras de techo
son transitorias,
cada vez que vienen por una
creo que es mi turno.
He intentado los huevos
pero ni toda la fuerza
logra que mi calor
reviente,
a veces un agua roja
se me extiende por debajo
y huelo tan parecido a ellas
cuando pujan...

De los que viven afuera,
los más pequeños
se acercan y me miran,
creen que no entiendo
pero el miedo es igual
en nuestros ojos.
Luego, las piedras
y todas revoloteamos histéricas.
Me parezco un poco a ellos,
sólo un poco,
igual que yo,
no tienen alas.

¿Quién soy... ?
agazapada,
no pertenezco a los de afuera.
Sin alas
ni plumas
ni huevos,
tampoco soy como mis compañeras.
Ellas al principio temen,
todos al principio tiemblan
después olvidan,
sólo que yo, no puedo.

Los más largos
traen el maíz
y nos lo sirven a empujones.
Hace tiempo me obligaron a salir
y unos que nunca había visto,
me rodearon espantados,
agitaban los brazos,
sus voces eran fuertes,
me relampagueaban
de arriba abajo
con su cajita negra,
decepcionados volvieron a encerrarme.
Entonces muchos empezaron a venir,
se arremolinaban
y yo,
me sentía incomoda,
no entendía bien sus ojos
pero la malicia que se filtraba
me hacía erizar.
Luego, no vino nadie nuevo...

Mis hermanos creen que no recuerdo.
Un día sé que van a venir por mí,
sé también que no es bueno,
ninguna de las que se han llevado
ha vuelto.
Pero quiero irme con ellos,
quiero irme...
estoy cansada
y los días son largos.

SELECCIÓN NARRATIVA:

A SAN AMBROSIO, EL INMORTAL

Cuando se contemplan las formas de los hombres,
se puede configurar al mundo.
I King.


Sí lo hubiera narrado un hombre de letras, la duda sería infundada, pero era ella quien se había despertado sin la memoria del sueño y con la tierra de Tlön bajo las uñas de las manos.
Cuando me llamó, pensé una explicación plausible: en un transe sonámbulo, la mujer se habría levantado y, con el auxilio de la memoria corporal, habría esquivado los obstáculos existentes entre su cama y el parque del barrio. De nuevo entre las sábanas, abriría los ojos, sin el menor recuerdo de la noche anterior –como en muchos episodios de este tipo de automatismo inconsciente- pero, en cambio, tendría en sus dedos las huellas de lo ocurrido.
Allí hubiera parado todo, de no ser porque los granos se incrustaron en lo profundo de la carne y hubo que extraérselos en una improvisada sesión quirúrgica. Fue entonces, cuando notamos que en lugar de esferas, estos granos tenían forma de rombos y, aunque diminutos, eran infinitamente más grandes que lo normal. Los recogimos en un plato de vidrio, lavamos la sangre para verlos mejor y esperamos. Una vez secos, el misterio creció, no había duda, el inefable color de la tierra apuntaba hacia Tlön.
¿Cómo un planeta creado por mentes iluminadas, había sido asequible para esta simple mujer? Frente a mi pequeña biblioteca no atinaba a decidir por dónde empezar. Un pálpito –permítaseme este desliz supersticioso- me decía que en alguno de mis libros podría encontrar la clave. Dejé que el inconsciente tomara la iniciativa. En mis manos se abría la segunda edición del Diccionario de los Ismos, revisada y aumentada por Cirlot. Durante diez o quince minutos pasé del Antifonismo al Barbarismo, del Crepuscularismo al Cubismo (que me pareció importante por la forma romboide señalada antes), hasta llegar a la página 313. La siguiente cita del Hyperión de Hölderlin apareció de repente para darme una luz:
“Las disonancias del universo son como las querellas de los amantes. La reconciliación está latente, y lo que un instante estuvo separado no tarda en unirse de nuevo.”
He releído no menos de trescientas veces las palabras del poeta, con la certeza de que encierran buena parte de la respuesta, pero cada vez las encuentro más crípticas. El término disonar viene de las voces latinas dis: negativo, y sonare: sonar, su sentido inmediato es sonido negado. Como sabemos, por el camino de la moral cristiana, todo lo negativo se transforma en malo. Resulta entonces comprensible que, para la Real Academia, disonante no sea más que un mal sonido: acorde no consonante, falto de proporción, etc. Inconforme con la sesgada designación de los apóstoles castellanos, opté por revisar los sinónimos y sus raíces antiguas, hasta que llegué a la palabra disentir, también formada por dos voces latinas que, traducidas, significan no estar de acuerdo. El pequeño recorrido etimológico, me permitió conjeturar que el sustantivo hölderliano, equivale a decir: sonar distinto. El mal despojado de la connotación satánica vino a revelarse como símbolo de lo diferente. Mi ejercicio deductivo no arrojó en verdad nada extraordinario. Pero, aunque vuelto a decir lo que muchos habían dicho ya, siento que en virtud de que fue el resultado de una cavilación propia, adquirió la dignidad de lo recién descubierto. Sin embargo, no había desentrañado más que la primera palabra. Señalar los pasos que siguieron en mi afán interpretativo, sería no sólo tedioso sino, además, inútil. Quiero registrar sólo la última versión que hice de la cita:
Los sonidos distintos de lo “Convertido en Uno” son como las quejas de los que aman. La reunión está escondida, y lo que en un presente estuvo dispuesto aparte, no tarda en rodar junto.
Me doy cuenta de que el acertijo se reduce a: El Universo. Lo Convertido en Uno, lo que antes fue “lo distinto disgregado” se reúne, se convierte en Unus Vertere... Aquí está la clave pero ni en ese momento ni ahora he logrado descifrarla.
Anuncia –tal es el nombre de la protagonista de esta historia- recogía el desorden de libros sin entender mi excitación. Para ella todo estaba claro:
-Es cosa de brujas, pero no se ande con sustos –me dijo-, yo ya las he toriado antes. Acabo de traer un manojo de ajo macho, ya nomasito cuelgo unos cuantos en el espejo de la pieza, me acomodo uno entre el corpiño y san se acabó.
Mi asombro aumentaba por razones muy distintas a las que ella creía. En verdad se trataba de un ser tan elemental que era difícil admitir que hubiera tenido una experiencia de semejante nivel: Tlön, el súmmum de la inteligencia humana, incrustado en los dedos de una ignorante mujer.
Ya sé que Caedmon fue un rudo pastor pero de su sueño logró rescatar un himno y la vocación de poeta. Ella, en cambio, sólo trajo esa tierra de color inefable y ni un vago recuerdo. Sin embargo, lo más sorprendente era que su explicación me dejaba conocer que no había sido la única vez... Intenté inducirla a una regresión; fue en vano. Primero porque yo solamente contaba como modelo con un cuento de Bioy Casares en el que uno de sus personajes es sometido a esta experiencia y, segundo, porque ella insistía en que: las brujas se encargan de borrar los rastros para que nadie las encuentre. Se me ocurrió preguntarle si guardaba algún objeto de sus anteriores faenas, soltó una risita maliciosa y me dijo que la esperara. Se fue y volvió en cuestión de minutos. Al regresar vertió sobre mi escritorio unos granos idénticos a los que ya he referido, pesaban cerca de dos onzas.
Debo confesar que para ese momento sentía una mezcla de perplejidad y envidia. Muchos cabos estaban sueltos. Si Anuncia creía que era cuestión de brujas y que los ajos solucionaban el problema, por qué los dejaba de usar. Pensé que me ocultaba algo a propósito. Cierto es que hasta ahora la conocía como una mujer callada y me parecía bien porque así, además de no interrumpir mi trabajo, se concentraba en el suyo, pero empecé a sospechar de su silencio. Dos onzas de rombos terrosos entre las uñas, implicaban muchos sueños. Poco a poco fui entendiendo que, aunque la intimidara, le gustaba soñar. Anuncia era incapaz de mentiras, no había memoria de sus viajes oníricos pero, para alguien acostumbrada a una vida monótona, debía resultar fascinante la idea de sus noches en un lugar más allá de lo posible.
La imagen de los bulbos blancos colgados en el espejo me estremeció. La fe de Anuncia en su remedio, significaba que tenía pruebas de que los seres de Tlön se comportaban como las brujas de las leyendas. ¿Era posible que los Tlönistas hubieran poblado su planeta con seres de la imaginería popular?
Al terminar el día, el cansancio y la confusión me vencieron. Tengo la certeza de que la pesadilla que padecí, hace parte de todo este rompecabezas:
En la copa del árbol de la sabiduría había un nido, pero en vez del piar de los pequeños pájaros, aturdían unos aullidos bestiales. Venciendo el temor a las alturas, escalé por las ramas, al asomarme encontré entre la paja, varios penes que se movían como pichones. Al verme sus gritos se tornaron más agudos. Víctima del terror, di un movimiento en falso y caí.
El Malleus Maleficarum en un capítulo dedicado al robo del miembro viril, describe escenas muy parecidas a la visión de mi sueño. A falta de respuestas, se multiplicaban las preguntas. ¿Sería que los Tlönistas en lugar de creadores directos fueron, sin darse cuenta, intermediarios de las brujas? Mi mente vacilaba entre lo real y lo no real. Quién lo hubiera pensado, venir a creer en brujerías a estas alturas de mi vida... pero, aunque suene contradictorio, en honor al espíritu científico no podía negar de plano los indicios. Me repetía las frases del arriano Aurelio Símaco: “Qué importa el camino por el que cada uno busca la verdad? Existen muchos caminos para llegar al gran misterio.” El problema era la naturaleza misma del misterio.
Pasaba horas imaginando el transe de Anuncia: Atravesaría el espejo, del otro lado la estarían esperando, libre al fin, la mensajera cantaría noticias de su planeta de origen. Entre los bolsillos llevaría avena y maíz para los penecitos, a su debido tiempo cada uno aprendería la voz de Anuncia y con las alas fuertes se lanzaría al vuelo en busca de la entrepierna correcta. Entre tanto, la viajera interplanetaria, agotada y afónica sabría que era el momento, enterraría sus manos en Tlön para evitar desandar el camino pero nada podría hacer, estaría escrito el regreso.
Ésta y otras historias ocupaban mi pensamiento, todas no eran más que ficciones, ¿dónde estaba la verdad? Podría formular preguntas hasta el infinito, ni entonces ni ahora he encontrado respuestas: ¿Se tratará acaso de la repetición incesante del encuentro universal? ¿Ella es Uno? ¿Cualquiera Es?...
Los rombos siguen llegando mientras escribo. Su silencio me resulta un laberinto de palabras, quizás mi voz sea la suya. Hemos sembrado una planta sobre la tierra de Tlön, queremos conocer el color de sus flores.

3 comentarios:

EMPRENDIMIENTO dijo...

POESIA MARAVILLOSA

GILBERTO CARDONA PEREIRA COLOMBIA

amelia arellano dijo...

Realmente me ha impactado la poesía de Cristina Eugenia. Se da la maravillosa paradoja que lo siniestro, se convierte en una sensación placentera.
Gracias por traer esta poeta.
amelia arellano- Argentina-

Anónimo dijo...

Excelente poesía, un placer su lectura, consigue plenamente traspasar los dramas y dejar un nudo en la garganta.
Un abrazo Wilma Borchers.