Bienvenidos a este lugar de consulta sobre poetas, narradores y ensayistas de todo el mundo escritos o traducidos al idioma español.

"... el bibliotecario protege los libros no sólo contra el género humano sino también contra la naturaleza, dedicando su vida a esta guerra contra las fuerzas del olvido"
Umberto Eco

MAGRINI, Yanina

Yanina Magrini


Río Cuarto-Córdoba-Argentina.


Libros publicados:
* míralo bien (poemas-CIEN 2002)
* cromosoma en jeans (poemas-2003)
* avuso (poemas-2005)
* ternura menos, menos vuelo (Premio de Poesía “Leonor de Córdoba”-2007)
* acabarlo a mano (poemas-2010)

OBRA

SELECCIÓN POÉTICA


AYER. APENITAS

“el rosa es un color
que hace más triste lo triste”
María Reineri

crece
hembra
convida
caramelos
acuna el abandono
de nadie
la lluvia
hace menos
roto
el ombligo
pielcita
en piedra
piedrapapeltijera
piedra tijera
mariposa de infancia
brutal
en su pelo
tironeaba moñitos
la historia
peinaba
cada día
por esos días
la voz de la nena
decía basta ya
basta.
(de “acabarlo a mano”)


SÓLO POR HOY

Tengo menos compasión que un gato hambriento.

La visión y el contacto con las bestias
o con hombres que se comen entre ellos de un bocado
es belleza de fuego.

El tocarlo todo

medirlo con vara del infierno,
desear las piernas ajenas, la boca del otro,
los muslos, el gemido, el fondo oscuro de las cosas.

Y no hablo de calmar esas bestias;

lejos de mí, tal vez,
hable del silencio como un animal que persiste en el centro de la casa,

brutal casi
ebrio.
(de “avuso”)


ABRE

Hay un motivo aquí.....
el único que clava desacuerdos en la noche y concluye en una piel indiscutida.
En marcas que vocalizarán desigualdades.

Indiscutida, disociada soledad; asalto, disparo, pánico de expresiones negras.

¿Se le dice expresión de piedra en la garganta?
¿Se dice garganta con deseo de mujer sentada en maquina de consumo masivo?
¿Se consume en medio deseo la mujer?
¿deseo de media mujer en sentido más sentido de su noche de pantalla?
¿se le dice pantalla?

Una oquedad de maquillaje...... o posible pedido de auxilio en un visor menos justo.
Oquedad:
ridícula ausencia de ser extraño. De sentirse un arrancado (hueco negro que dejaron en la tierra).
¿En una maceta o en esta silla de ciber?

El agujero es la ciudad y ella no comprende porqué se llora.
Se llora el mensaje de uno mismo.
Me compadezco de lo que escribo, y sigo el orden de lo que es mío.
Mío en los ojos de la materia sola.
En soledad de música fuerte y juegos no de red.

Juegos de vos.
De lo tuyo, no lo mío.
Lo mío no es hueco de gente.
Lo mío es una mirada perfecta que clava desacuerdos en la noche;
sol-sol- de- edad- solo-mio-sole-da-de-mí-solo-sol.

Y ser así, y ser gracia
y hacer gracias para vos, para esa, tu otra soledad que sí tiene remedio.

No la mía.
La mía no.

A mí se me hizo tarde.
(de “avuso”)


SMS

A ésto, juguito de muerto
ojeras de silencio
prefiero el deseo
como rezando
por un cuento de hadas
prefiero
el abandono
venido a menos.
No me contestes.
(de “acabarlo a mano”)


DESEO DE OTRO


Lo hacemos despacio
para que no vuelque,
no salpique
toda excitación
el abuso de la lengua.

Cuando no hay nada que decir
hacemos del oído
necesidad
de palabra

en lo ajeno.

(Qué se yo,

algo así vendría a ser el poema.)
(de “avuso”)


SE HACE

Escribió el parabrisas de mi auto:
“el corazón de buitre espera su tiempo, baléame y sangraré”.

Después vino a casa
de madrugada
a patear la puerta
(y no era joda)
los vecinos saben
del abuso

fuego de bestia

el insano
acabará
mansamente

en uno
diez minutos
se detiene
y llora

(se hace
el adiestrado).
(de “acabarlo a mano”)


ENVÍO A DOMICILIO

Comprame un perro y no saques a pasear mi instinto animal.
Comprame un perro y un mantecol de esos bañados en chocolate;
sabés que el amor me deprime y el estómago reclama su consuelo.
Fijate si conseguís también el suplemento de cultura del día sábado
donde sale una nota a Boccanera que me pierde.
Bueno,
también me pierde Diego Rivera, Gardel y... Victor Sueiro.

Mandame todo con un cadete.

Sucede que perfecciono bestias en un hotel de paso,
canastos con flores
y vírgenes en las esquinas
(de “avuso”)


QUEREMOS SER.

Saco las hojas amarillas del geranio y saco una sombra, una escritura.
El espacio brota, abrirá destinos.
Me dejo escribir y callo.
Me dejo escuchar.
Hurga la mano en la tierra porque es propio del alma buscar un sacrificio oscuro, una sed de raíces nuevas.
Generamos el trazo fino, la apertura que dejamos en el ciego y en la controversia de su resplandor.
De todos esos equívocos seguiremos naciendo.
(de “cromosoma_en_jeans”)


NOTICIA

De último momento:

Otra vez un poeta
manifiesta en primera persona
el instante fantástico
de su lirismo.

Quiere morir. Matarse
con una rebanada de pan
o una hoja de lechuga.

Cree que puede irse
y dejar
su pequeño monstruo
afuera.
(de “cromosoma_en_jeans”)


DULCE INMUNDA

nada ni lugar
nada
en soledad de idos
que se comen
las uñas
los mocos
esperando vínculos
refugios
del crecer
creer
que los viajes de Freud
existen
resisten
en momias ilusorias
que olvidan
que hay otros pasos
que son estos
son próximos
y alcanzan otro cuerpo
que no es el que llevo
que arrastro
como un cielo de barro
que barro en la basura
que disperso
gloria de ceniza
que esconde
paredes
que no son manos
que envuelven la vuelta
la mentira suavecita
bien arreglada
en poemas
con cara de asco
de siempre distinto
con traje de infancia
de animal alzado
voz inquieta
insufrible
de risa

podrido
el silencio
no sostiene
empuja
luz
de mi propia noche
a fondo
de mi dulce inmunda
me dejo
adentro
lo permito
así
que lo profundo
como bien se sabe
no es haber caído bajo.
(de “acabarlo a mano”)

ARAGÓN WILLNER, Marisa

Marisa Aragón Willner

Ciudad Autónoma de Buenos Aires-Buenos Aires-Argentina


Libros publicados:
*El refugio del poeta (2002)
*Biografía de un deseo (2004)
*Memorias del viento (2009)


OBRA

SELECCIÓN POÉTICA

ELEGIA A TUS OJOS

Si tus profundos ojos hoy me vieran
en esta noche de luz bañada por estrellas
En atardeceres que encallaron

junto al puerto de los sueños perecidos

en los mares, ¿ dónde estás?

Si tus profundos ojos hoy me vieran
con el mismo mirar que yo conservo
a pesar de crepúsculos, equinoccios y tormentas.

Sabrías continúo admirando la llama de tu fuego
sembradío de volcanes , lava antigua.
Tú esperanzas la arcilla de mi piel
En los desiertos ¿dónde estás?.

¡Ay por ver esos ojos, yo que diera!
Temblarían mis suspiros como pájaros
escribiendo la elegía de los sueños,
los reflejos de tu rostro en las aguas
anunciando espejismos de tu ser ...


DESAPRENDERTE

no es fácil hablar de ti
ni es fácil olvidarte
no es tu andar de vagabundo
ni tu bohemia ni tu arte
son esas danzas de fogatas
son esos vinos de rosas
al pie de mis primaveras
son esas grullas de origami
que cabalgaban en mi trenza
son tus versos de poeta a mi,
mujer astral que te aguardaba inquieta
no es fácil cerrarte el alma
cuando te nombran
los puentes ,los portales y
las luces y las danzas
de mis sombras.
Que desaprenda tu boca
es la deriva de mi nave
tras el rastro de tus besos
en el viento.


CINTAS DE LLUVIA

Hurgas mis cabellos de obsidiana
tu caricia perfila sobre mi última arruga
hay un abrazo trunco como la nostalgia
que me crece a deshoras

Desde raíz a punta
caen a filo cintas de lluvia.
Lavan esta intimidad
que acepta el manjar- ofrenda
de amor anónimo.


OYES EL MAR

Oyes el mar ?
efluvios de amor cantan las olas
mora el borde un encaje de sal,
envejecen ídolos en los altares,
y se hacen añicos palomas de paz.

Se devasta la tierra y se doblega al árbol
y a veces luego de la lluvia sale el sol
llega la noche y brillan las antorchas
que mi cuerpo invaden con su luz
sigo como el mundo, sigo
sueño y me despierto viva
aunque me duela cada amanecer
sin vos.


LUZ EN LOS CANELOS.

Arrodillados, en Arauco
sucumben los canelos.
Wilma Borchers

I

Amortajo tu Nombre
ato tus sandalias de pecador,
en tu cuello
camafeos de las otras
-tus medusas rientes-,
no olvido tu diente de marfil,
empuñaduras de jade.

Sobre tus ojos
puse mi óbolo
y por el río del Olvido
te dejé partir.

II

Festejo.
Destapo mi envase de fracasos
libero lágrimas
y ahora
libélulas en bandada
alzan vuelo.

Obsequio a tu nombre
luciérnagas finales.
Conspiran con mi adiós
y escoltando la luna
iluminan los canelos.

BARRERE MACEDO, Carmen

Carmen Rosa Barrere Macedo
carmenba@gmail.com

Posadas-Misiones-Argentina//Florida-Buenos Aires-Argentina.


Libros editados: “31 cuentos de amor rosados y no tanto”- Editorial Dunken- Año 2003- Premiado Letralia Venezuela; Mi Hijo Bipolar- Año 2009- Imprenta- Florida- Buenos Aires; Técnicas de relajación terapéuticas: A.B.C. de la relajación.- A.B.C. de la reprogramación positiva- Impresión y diagramación blue- Mayo 1999.

OBRA

ARTÍCULOS

QUE NO CALLE EL JUGLAR.

En la Edad Media — tan lejana — los juglares y trovadores eran personajes requeridos por la realeza para animar sus reuniones picarescas, pasar a través de sus manos recados traicioneros, o encargarles la letra de dulces endechas amorosas. Acabados estos compromisos cambiaban el ropaje y vagaban por villorrios donde su chispa era compensada por los aldeanos que los colmaban de vino y atiborraban de comida, apasionados con los chismes y dramatizaciones que de los ricos hacían los pintorescos vates. Para los personajes encumbrados sus súbditos conformaban una calamidad necesaria que debía ser controlada en el pago de impuestos y mantenerlos fieles como servidores sin derecho a reclamo. Vengativo, el pobrerío inventaba coplas y burlas grotescas que desnudaban intimidades escandalosas de señoras cortesanas, príncipes y hasta reyes. Las infidelidades, los secretos de almohada, el odio entre señorones, la pasión escondida del mandamás por un ciervo joven y aquiescente, los crímenes y las estrategias para armar una guerra, todo se mezclaba para armar estribillos que cantaban por lo bajo taberneros y clientes mientras se bebía el buen vino, regalo de la tierra.

El Río de la Plata se enorgullece de sus payadores. En los parajes arenosos de la Bahía de Samborombón está intacto el recuerdo de las coplas de Santos Vega, el gaucho cuyos restos están enterrados al borde de la Ría Las Tijeras. Otros rasgueos de guitarra se perpetúan en las copas de los ombúes pampeanos, al borde los arroyos donde llora el sauce, o incrustados en el adobe de las taperas que tuvieron por inquilinos temporarios a esos seres libres. Tiempo de payadas y de serenatas. Aire donde tintinean las notas nostálgicas de Betinotti, añoranzas por una Pulpera de Santa Lucía de ojos azules como charcos de agua dulce y el perfume a madreselvas de la jovencita cuando alarga el mate. Este repaso fugaz por un pasado romántico, cuando teníamos tiempo para mirar la luz de las estrellas y perseguir bichitos de luz para encerrarlos en un frasco colocado sobre la mesa de luz, me hace bien. Bendita sea mi memoria y bendito el sabor a miel que paladeo en las remenbranzas.

Los españoles de estos tiempos nos prestan a su Nano. Con él abrimos surcos nuevos en la tierra, desgarramos la arena de las playas y aceptamos el consejo del padre que recomienda una mujer rellenita para calentar la cama. Y otra buena mañana, viene del brazo con Penélope y su cartera, o nos hace divagar al son de La Paloma, que se equivoca siempre sin jamás perderse.

El pueblo brasileño tiene sal y pimienta en los huesos. Con una lata con piedritas y un palo o una calabaza con granos de maíz, arman su orquesta. Al rato, aparece un moreno y su guitarra. Enseguida un rubio y su flauta. Plazas y riberas del mar, contoneándose como garotas vestidas con trapitos, pero rellenas de placer. Muchos tienen hambre, duermen a la intemperie o son carenciados. No piden limosna ni matan a jubilados en salideras bancarias. Su manera de pedir ayuda es a través de la música. Flota en ese aire la aguardentosa voz de un añorado Vinicius, que se mezcla a esta sangre joven, a sus raíces tribales, cuando el tambor reclamaba al guerrero para danzar ritualmente en derredor del fuego.

Los rioplatenses heredamos iguales inmigraciones y con ese gentío diferenciado, fuimos armando un presente parecido. Discutimos sin pelearnos por la posesión del Zorzal Criollo y mezclamos juntos el candombe y el fenómeno internacional, el garabato del tango y la milonga. Cuando yo era joven un amigo con muy buen oído me invitó a escuchar a una morocha de pelo lacio, hoyuelo en la mejilla y voz incomparable. No cabíamos en el pequeño sitio donde se presentaba así que nos acomodamos como pudimos sobre cajones de cerveza vacíos. Una mujer alta, de buen porte y con una voz que excedía las paredes, las atravesaba y se diluía con fuerza entre los médanos era la cantora. La que más adelante ponderaría el mundo, nuestra Negra Sosa.

Mientras una persona tome un lápiz y juguetee un poema, mientras un joven cante mientras se baña, mientras una mozuela tararee esperando al novio, mientras un entradito en canas gire su carrito dentro del supermercado silbando “Cuando los Santos Vienen Marchando” y tu mirada se cruce con su mirada pícara, nos sentiremos vivos. Retendremos el calor de la ternura, la pasión del beso, la fantasía de escuchar una ópera, de ser capaces de arrullar a nuestros nietos o de canturrear en el oído de un anciano. Que nunca desaparezcan ni el legendario trovador y su legado y que las manos no paren de escribir, de pintar, de arrancar el sollozo a una verdulera o agitar una pandereta gitana.

BALZARINO, Ángel


Ángel Balzarino

Villa Trinidad-Santa Fe-Argentina//Rafaela-Santa Fe-Argentina.


Libros publicados:
Cuentos:
“El hombre que tenía miedo”. Rafaela, Ediciones E.R.A., 1974.
“Albertina lo llama, señor Proust”. Rafaela, Edición del Autor, 1979.
“La visita del general”. Rafaela, Ediciones E.R.A., 1981.
“Las otras manos”. Rafaela, Fondo Editorial Municipal, 1987.
“La casa y el exilio”. Santa Fe, Ediciones Sudamérica, 1994.
“Hombres y hazañas”. Rafaela, Fondo Editorial Municipal, 1996.
“Mariel entre nosotros”. Buenos Aires, El Francotirador Ediciones, 1998.
“Antes del primer grito”. Rafaela, Edición del Autor, 2003.
“El hombre acechado”. La Plata, Ediciones Al Margen, 2009.

Novelas:
“Cenizas del roble”. Rafaela, Ediciones E.R.A., 1985.
“Horizontes en el viento”. Rafaela, Edición del Autor, 1989.
“Territorio de sombras y esplendor”. Rafaela, Fondo Editorial Municipal, 1997.

OBRA NARRATIVA
Cinco cuentos

LAS OTRAS MANOS

Sí. Trato de imaginar que nada ha ocurrido. Los tres juntos. Como siempre. ¿Recobrar así fragmentos del pasado? No. Sin duda ya no podré. Rehuir el presente, más bien. Aliviar el peso espantoso de la realidad. ¿Soy culpable? Sólo quería acabar con la rutina y el aislamiento. Estaba agotada. Casi veinte años convertida en una máquina. Lo mismo, día tras día: las tareas de la casa, el almacén y, sobre todo, Sebastián. Librarlo del castigo de los otros chicos, atenuar el fastidio de las maestras, resguardarlo del menosprecio general. Lisandro siempre quiso llevarlo a un instituto donde le brindaran la atención necesaria. Me opuse. Por cariño de hermana como por un sentimiento de lástima y respeto. Soportaba un permanente acoso. Creí que algo de comprensión y ternura hubiera evitado su belicosidad. Pero a medida que una gordura fofa le deformaba el cuerpo, comprobé que la pasividad y el silencio eran una simple máscara. El rencor, como una rama seca ante el leve chispazo, iba a estallar abruptamente. Y sucedió cuando conocí a Marcial Ugarte. ¿Impedirlo? ¿Renunciar a la libertad, rechazar para siempre al único hombre que resultaba portador de un cambio? No quise hacerlo. Mi paciencia había llegado al límite. Estaba harta de postergaciones y renunciamientos. Lisandro no tardó en censurar mi conducta. ¿Con qué derecho? Demasiado tiempo vegetando en la oscuridad. Callada, con los dientes apretados. Ya era hora de vivir sin ataduras ni rendir cuentas a nadie. Ajena a la inquietud de Lisandro y los intempestivos ataques de Sebastián, me sublevé. Otra persona de improviso. Vital. Arrebatada por un desconocido fervor. Capaz de reír, de tararear alguna canción por momentos. ¿Todo obedecía a un juvenil, quizá absurdo enamoramiento? A ellos les pareció una burla o una traición imperdonable y se mostraron cada vez más hostiles frente al hombre que había logrado encandilarme. Traté de eludir cualquier roce, las palabras hirientes, el desgaste de agrias discusiones. De mil modos procuré hacerles entender que todos podíamos vivir en un clima de concordia, sin resquemores. Luché para no perder el universo de promesas y sueños y felicidad que él me ofrecía como un regalo. Fue inútil. No llegué a disfrutarlo. Todo se desvaneció una semana antes del casamiento.

Ya no encuentro palabras para convencerla de que precisamente quise evitar eso: que Sebastián sufriera cualquier daño. No tuve otro propósito al pretender que Marcial Ugarte desapareciera del cálido mundo de nosotros tres. Yolanda no atendió razones. Acaso sin comprender o advertir la conmoción que provocaba ese hombre. Tal vez era justificaba. Ya no soportaba el agobio de la soledad, del trabajo agotador, de la falta de cualquier clase de diversión. El acercamiento de él tuvo el poder de trastornarla. Todo surgió distinto. Fascinante, más hermoso, atractivo. Y se dejó arrastrar por el goce embriagador. Casi aislada, indiferente. Sebastián resultó el más herido. Demasiado tiempo había tenido el amparo, la ayuda de ella. Se sintió mortificado por su actitud algo desdeñosa. Desplazado. Y no pudo aceptarlo. Sin tener una meta definida, se mantuvo a la expectativa, más hosco y malhumorado que de costumbre. Advertí que poco a poco todos a su alrededor adquirían el carácter de feroces enemigos. Me llenó de inquietud y miedo. Conocía la facilidad con que explotaba en furia irracional. Se impuso el presagio de una tragedia. Comprendí que existía un solo medio para evitarla. Una noche fui a casa de Ugarte para pedirle que se apartara de Yolanda. Decidí llevar una pistola por si no estaba dispuesto a cumplir mi deseo.

La noche era opresiva. Sin poder dormir por el calor y los mosquitos, me levanté. Di unas vueltas por el patio. El tapial y las plantas impedían cualquier soplo de aire. Fui hasta la vereda con la esperanza de obtener un poco de alivio. Pasé unos minutos allí, observando sin curiosidad la calle y las casas a oscuras, cuando algo logró quitarme la pesadez del sueño. El hombre que avanzaba por la vereda de enfrente. Agazapado, los pasos presurosos. Me di cuenta en seguida que procuraba ocultarse. Al cruzar bajo la luz de la calle, lo reconocí. El idiota de los Oliver. ¿Qué hacía allí, a medianoche? Me quedé tras la puerta para vigilar con mayor tranquilidad. Presentí alguna cosa bastante grave. Más que por su andar decidido, por el puñal en la mano derecha. Me sacudió un latigazo de alarma. Todos en el barrio conocíamos su carácter arrebatado. Golpear a los chicos que le hacían gestos de burla o tirar cascotes contra las vidrieras en un momento de histeria, eran ya habituales. Un asilo hubiera sido el lugar indicado para él, pero la familia se negaba a internarlo. Por fin se detuvo ante la casa de la esquina. La observó, algo vacilante, como si buscara una entrada. ¿Qué se proponía? Con un mal augurio, corrí al dormitorio y llamé a Elisa. Sin atender sus protestas, la conduje hacia la puerta de calle mientras le explicaba lo ocurrido. Entonces vimos que él saltaba la verja del jardín y se perdía entre las plantas. Allí vive el novio de Yolanda, irá a visitarlo, muy pronto serán cuñados, comentó ella con evidente malestar. Sí, puede ser, aunque resulta bastante raro que entre sin llamar y armado de un puñal. Eso la despabiló completamente. Tenemos que hacer algo, rápido. No tuve tiempo de responderle. Una súbita exclamación, parecida a un llanto estridente o un grito de rabia o dolor, desalojó la quietud de la noche. Instintivamente nos abrazamos en procura de mutuo resguardo. Quedamos, así quietos, en tensa espera. Cuando superamos el estupor, corrimos hasta el teléfono para avisar a la policía.

Sí, señor. Yo atendí el llamado. Me costó entender qué pasaba. El hombre parecía muy asustado y explicó todo en forma atropellada. Después de anotar la dirección, llamé al agente Lozano y sin perder tiempo nos dirigimos al lugar del hecho. Había muchas personas en la calle, a medio vestir o cubriéndose con sábanas, como si acabaran de abandonar la cama. Hablaban todos a la vez, inquietos, agitando los brazos. Nuestra presencia logró imponer cierta calma. Esperé que se apagaran las voces para efectuar algunas preguntas. Antonio Rivas, el hombre que llamó por teléfono, ya más tranquilo, dijo que él y su mujer habían visto al muchacho Oliver entrar en la casa de Marcial Ugarte. Llevaba un puñal. Eso los sobresaltó. Pocos minutos después quedaron paralizados por un grito. Fue todo lo que pudo decir. Debió suspender el relato por culpa de los otros, que empezaron a opinar sobre ese muchacho al que en el barrio llamaban el idiota o el loco. No tuvieron reparos en resaltar sus defectos: demasiado irritable y violento, un riesgo para todos que anduviera libre por la calle, que sin duda había cometido una barbaridad en casa de Ugarte... Aturdido, los interrumpí con un grito. Hice una seña a Lozano y, sacando las armas, nos abrimos paso. Al cruzar la puerta enrejada del jardín, lo vimos salir de la casa. Por impulso de una tempestad, tembloroso el cuerpo descomunal, sosteniendo el puñal en gesto amenazador. Lo conocía desde chico y siempre pensé que su deficiencia mental no resultaba peligrosa, sino más bien era motivo de compasión. Supe que me había equivocado. Reflejaba una actitud virulenta, desarregladas las ropas, el cabello alborotado sobre la cara. Grité para detenerlo. Inútilmente. No pareció oírme ni tampoco ver al grupo que cubría la calle. De un empujón hizo caer a Lozano y continuó la marcha. Los hombres y mujeres comenzaron a dispersarse. Asustados. Tratando de evitar cualquier ataque. Entre gritos de sorpresa y terror. Comprendí la necesidad de impedir que las cosas se agravaran más aún. Tuve un segundo de turbación. Pero en seguida se impuso el sentido del deber. Levanté el arma. Disparé. Creí hundirme en un remolino al ver tambalearse el cuerpo del muchacho. Dio unos pasos en círculo, como buscando un apoyo. Por fin se desplomó. Poco a poco, pasado el peligro, la gente lo fue rodeando. El silencio reflejó una mezcla de consternación y respeto. Entonces entré en la casa de Ugarte. Luego de un breve recorrido, lo divisé sobre una cama. Completamente quieto. Alrededor, claros signos de lucha por la ropa y varios objetos en desorden. Al inclinarme sobre él sentí una garra fría. Me faltó el aire. No por comprobar que el hombre estaba muerto sino por descubrir en el pecho, donde una mancha rojiza cubría la camisa, la perforación de una bala. Quise gritar. Para expresar una rabiosa protesta o destruir la telaraña que hacía todo incomprensible: la presencia de la gente, el muchacho Oliver armado de un puñal, mi disparo, Ugarte muerto... Por eso sin duda personal más capacitado que yo podrá averiguar lo ocurrido realmente aquella noche. Por mi parte no tengo nada más que informarle, señor juez.

REMOTOS Y FASCINANTES FRAGMENTOS DE LA MEMORIA

Ahora despertaba un sentimiento de ternura o de infinita piedad cuando deambulaba por el pueblo a pasos nerviosos o, deteniéndose de pronto, efectuaba raras contorsiones con los brazos y el cuerpo mientras recitaba un poema o hacía la representación de una escena teatral. Nosotros, los que la conocíamos desde la niñez y habíamos compartido juegos, estudios y los sueños que pretendíamos concretar cuando fuéramos grandes, la observábamos impotentes, lastimados por su figura escuálida y cubierta con ropas deshilachadas y bastante sucias, con el deseo de reflejar algún signo de protesta o indignación al no poder hacer nada para librarla del ya imbatible desvarío.
No. Nadie hubiera imaginado algo así. Sobre todo porque desde muy chica parecía tener marcado un destino luminoso y de notable relevancia, cuando empezó a demostrar una especial cualidad para recitar un poema o interpretar diversos personajes en las obras representadas en la escuela para el 25 de Mayo, 9 de Julio y las fiestas al final de los cursos de cada año. Poco a poco resultó infaltable en la realización de cualquier acto. El ardor y seriedad con que desempeñaba el rol asignado llegó a definir su vocación. Aunque destinataria de los elogios y las felicitaciones, sin duda era su madre quien más disfrutaba de esa situación. La perspectiva de que llegara a convertirse en una gran actriz la colmaba de orgullo y justificaba la desmesurada cantidad de libros que compraba en la única librería del pueblo con el propósito de inculcarle el gusto por la lectura y el conocimiento por las disciplinas artísticas.
Las incontables actuaciones en la escuela y después en el salón del Club Social con el grupo de teatro independiente que había formado, nos hicieron creer que se marcharía a la capital o a una ciudad importante donde iba a tener mayores posibilidades. Pero todo se derrumbó. Abruptamente.
Fue después de la muerte de la madre. Si bien de pronto, al perder el pilar que siempre le había brindado apoyo y orientación, se encontró desvalida y sin saber qué hacer, la presencia del padre comenzó a tener inusitada vigencia. Entonces nos percatamos del desdén y aun el desprecio que le merecía lo que ella realizaba, no sólo porque jamás había presenciado alguno de sus trabajos sino por el tono despectivo con que solía responder a cualquier comentario sobre ella. Ya está demasiado grande para esas pavadas. Es hora de que haga algo provechoso. El camino que con tanta obsesión la madre quiso trazarle quedó bruscamente trunco y ella ya no tuvo el valor ni la determinación para romper las ligaduras, alejarse de la sombra nefasta del padre, intentar suerte en otro lugar, luchar abiertamente para poder cumplir su auténtica vocación. Nuestras ansias de ver su nombre en grandes titulares y su figura embelleciendo las revistas y alguna película quedaron definitivamente perdidas el día en que empezó a trabajar en la tienda del padre.
Como si fuera una propiedad de todos los habitantes, tal vez por el afecto y la admiración provocados por tantos momentos de emoción y alegría que nos había regalado, no pudimos aceptar verla allí, detrás del mostrador y trajinando con telas y clientes, bajo la dura y vigilante mirada del padre. Al principio tratamos de sacarla de esa rutina exasperante, le pedimos que regresara al grupo de teatro independiente, prometimos ayudarla para realizar sus aspiraciones. En vano. Adusta, con un creciente desapego por cuanto ocurría a su alrededor, rechazaba con secos monosílabos cualquier ofrecimiento. Cada vez más nos asaltó la idea de considerarla una prisionera. Aislada. Indefensa. Y así, con la impotencia de no poder modificar algo que ella ya parecía aceptar como una fatalidad, nos convertimos en testigos de su paulatino desmejoramiento.
A través de rumores y comentarios pudimos develar el modo como se desarrollaba su vida: el clima hostil que imperaba en la casa; las repetidas discusiones con el padre entre llantos y gritos furibundos; el rostro resplandeciente de él cada vez que se entregaba a la tarea de quemar una pila de libros en el fondo del patio; la marcha sigilosa de ella por la noche hasta la librería donde, por algunas horas, la dueña le permitía saciar la urgente necesidad de leer. Pero los signos de desequilibrio empezaron a notarse a través de la conversación con los clientes, ya que en vez de referirse a la operación comercial, prefería decir algunos versos del Canto General o parte del monólogo de Hamlet.
Al morir el padre, ya parecía una anciana con sus cuarenta y tres años. La piel extremadamente pálida, con una delgadez que insinuaba la forma de los huesos, la mirada perdida en algún punto indefinido. Sin noción de la realidad, regresó al tiempo en que daba cauce a su incipiente vocación, cuando se mostraba plena de vitalidad. Después de permanecer tantos años enclaustrada en la casa, empezamos a verla cruzar otra vez las calles. Presurosa. Observando todo con ansiedad y aun deslumbramiento, como si tratara de adaptarse a un sitio totalmente nuevo que descubría poco a poco. Hasta que, deteniéndose en cualquier esquina, revivía a través de gestos y palabras alguna de aquellas interpretaciones realizadas en la infancia.
Y para eso comenzamos a esperarla. Ávidos por recuperar una época que tanto nos había regocijado. El poema La bailarina de los pies desnudos. La escena en que Yerma mata a su marido. Los primeros versos de Hojas de hierba. Nos bastaba pedir y ella, luego de unos segundos en que trataba de encontrar en algún punto recóndito de su mente la respuesta adecuada, nos complacía. Generosa. Entusiasta. Entonces nuestros aplausos y gritos exultantes resultaban no sólo una muestra de agradecimiento sino más bien el modo de premiarla, de atenuar el sentido de la frustración que la había marcado con un estigma indeleble y reconocer las cualidades descubiertas años atrás. Nuestro propósito quedaba colmado cuando dejaba aflorar una sonrisa. Dulce. Gratificante. Que parecía otorgarle un fugaz momento de lucidez, orgullosa y feliz por la retribución que recibía, disfrutando el privilegio de representar el papel de la actriz que siempre quiso ser.

ELLOS, AL ACECHO

Sí. Como si fuera la única que estoy aquí. Tuvo la repentina certeza de ser el centro de la atracción de ellos. Traspasada por las miradas lacerantes. Vos tenés la culpa. Usás la ropa tan ajustada que volvés locos a los hombres. Aunque era justificado el reproche de su madre, le causaba regocijo el hecho de despertar interés, admiración, envidia, cada vez que marchaba por la calle o entraba a cualquier sitio. Creo que ésa puede ser. Vigilala bien. Comprendió que resultaba innecesario el consejo del Fito. Apenas ascendieron al vagón ella tuvo la virtud de destacarse entre los otros pasajeros. Alta, tensos y grandes los pechos, exhibiendo provocativa las piernas desnudas. Como si se tratara de un desafío, no bajó la cabeza ante la fijeza con que se dedicaban a observarla los dos muchachos apostados junto a una de las puertas. Sí. Todos quieren obtener una sola cosa. Pero debió admitir que ninguno como ellos se había atrevido a revelarle su propósito tan abiertamente, sin disimulo. Si Ezequiel estuviera aquí ya les hubiera dado una trompada. Sería la conse-cuencia lógica del malhumor y furia que siempre experimentaba por las palabras insinuantes y las miradas procaces de quienes pasaban a su lado, trastornado por unos celos casi enfermizos que, si bien le conferían el halago de saber cuánto la amaba, por momentos le otorgaban el carácter de una prisionera, sin el menor asomo de libertad. Si te molesta tanto cómo me visto y lo que me dicen por la calle, será mejor que busques otra compañía. La amenaza solía contenerlo, indicarle que el amor no le daba derecho a utilizarla como propiedad privada, sujeta a sus gustos y caprichos. Blanca y limpia y perfumada. Era fácil imaginarla así, cuando sus ojos voraces ya habían logrado despojarla de la diminuta pollera y la blusa fina y escotada. Conocer algo nuevo. Mejor. Esa fascinante perspectiva le produjo no sólo un repentino hormigueo en todo el cuerpo, sino también, de pronto, lo llenó de bronca y desazón al considerar que siempre había tenido que sacarse las ganas con la Graciela o la Turca Zamaro, pues nunca tuvo dinero para aspirar a otra cosa. Casi acostumbrándose a eso. Por necesidad o desesperación. Desde aquel atardecer en que, junto al Cholo Lamberti y los hermanos Piacenza, había penetrado sigilosamente en la casa vieja y con escasa iluminación, donde, luego de una espera en la que se mezclaban el deseo, la ansiedad y el miedo, se encontró a solas con la mujer en el cuarto saturado de olor a tabaco y perfume. Vamos, no puedo estar con vos toda la noche. Impaciente al notarlo tan indeciso y avergonzado, lo ayudó a desvestirse y después lo guió en el acto breve, arrebatador, que no llegó a depararle el anhelado placer sino más bien una sensación de tristeza y extrema laxitud. Fue similar las veces siguientes. Sin poder definir si era por el clima casi asfixiante o la voz plena de urgencia o la piel sudorosa y arrugada por la caricia de tantas otras manos. Para conseguir mujeres hermosas y un auto y cualquier cosa que te guste, se necesita plata. Mucha plata. El Fito insistía con el único medio que iba a liberarlo no sólo de la frustración y desesperanza que ya habían comenzado a gobernarlo al recorrer todos los días la ciudad buscando y vendiendo cartones y botellas para ayudar a su madre en los gastos, sino también permitirle abandonar alguna vez el mísero reducto de madera donde vivían amontonados como ratas y tener dinero para disfrutar las mujeres más atractivas. Si querés, puedo ayudarte a vivir de otra manera. De vos depende. La propuesta llevaba implícita una seductora promesa de poder y esplendor. Presintió la oportunidad tan anhelada. Sobre todo por comprobar encandilado cómo el Fito había dejado atrás el estado de pena e indigencia que compartieron en el barrio y podía andar orgulloso en una moto reluciente, estar acompañado por una mujer distinta cada semana, disponer siempre de un abultado fajo de billetes, como si fueran las cosas más naturales del mundo. Entonces no dudó. Estoy decidido. Decime lo que tengo que hacer. Al notar que el tren aminoraba la marcha no pudo definir si experimentaba alivio por librarse del feroz acecho de ellos o cierta desazón al concluir esa especie de juego cargado de sugerencias, gestos contenidos, miradas que parecían trasuntar turbios secretos, del cual resultaba la principal protagonista. Excitada. Gozosa. Como si hubiera estado haciendo el amor. Le resultó fácil imaginar la reacción entre sorprendida y horrorizada de su madre y, sobre todo, de Ezequiel, si les confesara lo que había llegado a sentir durante el viaje. Tené mucho cuidado ahora. No la pierdas de vista. Y conservá la calma. Desde que habían comenzado a trabajar juntos, casi un mes atrás, resultaban rutinarias las palabras del Fito cuando llegaba el momento de actuar. Pero ahora eran inútiles. No sólo porque ya había aprendido todos los trucos del engaño y la sagacidad para obtener con éxito el botín apetecido, sino más bien porque ninguna presa logró despertarle tanto interés y codicia como esa muchacha. Tenerla. Sólo para mí. El único anhelo, el trofeo que hubiera compensado tantos años de tristeza y desolación y, sobre todo, borrado el sabor amargo que casi siempre le dejaba cada fugaz encuentro con la Turca o la Graciela. Sí. Ahora empezaré a tener lo que siempre fueron sólo sueños. Al lado del Fito pudo adquirir un reconfortante sentimiento de fuerza y seguridad, cada vez más dispuesto a conquistar cualquier objetivo, sin temor, como si le bastara tender la mano para lograrlo. Aferrando el bolso, marchó presurosa hacia una de las puertas. Sofocada. Impaciente por respirar aire puro. Debía tener enrojecida la cara, reflejando la ráfaga de excitación y goce que la había arrebatado. Desvió la mirada hacia los causantes de ese estado. No. Nunca llegarán a saber lo que me hicieron sentir. Luego desaparecieron de su visión, cubiertos por los hombres y mujeres que, como si hubieran recibido una orden, se movilizaron con premura al detenerse el tren. Más que por propia voluntad, traspuso la puerta por la presión de los otros cuerpos. Vamos. No hay que perder tiempo. La voz del Fito sonó seca y perentoria. La orden que no admitía réplica. Sí. Para eso estamos aquí. Para trabajar. Procuró desplazar el hecho de haberse dejado embargar por el deslumbrante placer de quitarle la ropa a la muchacha y sentir la suave tibieza de su piel y poseerla sin apuro, olvidado de todo, con el deseo de prolongar indefinidamente ese momento. Apurate. El grito del Fito y la mano imperiosa sobre un hombro le hicieron avanzar entre la gente, forcejeando con rudeza por abrirse paso, los ojos clavados en la presa elegida. Al descender del tren la vio alejarse por el andén. Debés actuar con serenidad y rapidez. Tomar el objeto deseado y disparar a toda carrera. La reiterada recomendación le martilleó la cabeza cuando la tuvo a escasos metros, tentadoramente deseada en el zigzagueante movimiento de su cuerpo. Ahora. Ahora. No logró definir si el mandato provenía de la voz del Fito a sus espaldas o por comprender que había llegado el momento oportuno. Entonces tendió una mano hasta el bolso de la muchacha. Un gesto ágil. Violento. Y, como tantas otras veces, no necesitó volver la cabeza para adivinar el empujón del Fito y la caída de ella. El grito desesperado fue suficien- temente revelador. Y tanto para dejar de oírlo como para ponerse a salvo, aceleró la marcha. El único objetivo después de concretar el asalto. Correr.

CIERTO AIRE VENGATIVO

Después de poner en marcha el motor, permaneció con las manos sobre el volante, la mirada fija en ella, apostada junto a la puerta de la casa. Sólo una semana. No creo que demore más en regresar. Pretendió desalojar las sombras de duda con la seguridad de que, en tan breve lapso, nada malo habría de ocurrirle. Por fin, a impulso de cumplir la promesa de iniciar los trabajos en la propiedad de Hipólito Zárate, apretó el acelerador. Libre. Libre. El grito fue creciendo en el pecho a medida que abría las puertas y cruzaba las habitaciones y escudriñaba cada rincón en una tentativa por cerciorarse de estar sola, sin ninguna hostigante custodia. Ahora sí. Ahora. Desplomándose al fin en un sillón, no tanto por el cansancio de la carrera por la casa desierta, sino más bien para relajarse, descargar la acumulada tensión, dar cauce a la carcajada que surgió estruendosa. Poco a poco se dejó invadir por el anticipado placer que iba a producirle esa noche el encuentro con él. Diferente de otras veces. Más vital, apasionado. Juntos, sin temor ni inquietud. Solos. Mientras la camioneta avanzaba por el camino polvoriento y el sonido de la carga de maderas y herramientas resultaba casi adormecedor, no podía dejar de pensar en ella. Ya no debería preocuparme. Lo hice durante demasiado tiempo. Había sido el desvelo casi permanente desde la muerte de Celina, cuando contaba apenas once años. Se propuso cuidarla, sin interferencia de parientes ni amigos. Exigente, procurando moldear la educación, los gustos, la conducta de Alejandra de acuerdo con su voluntad. Siempre quise darle lo mejor. Que no le faltara nada. Advirtiendo tardíamente, con algo de culpa, que pese a formar en el curso de los años un mundo íntimo, nunca prevaleció entre ellos una corriente de afecto ni hubo manifestaciones de euforia o feliz camaradería. Separados por una barrera, sumidos en fría coraza de silencio. Tal vez no la comprendí. No llegué a saber realmente lo que deseaba. Al fin, fatigado de representar el papel de guía o atento vigilante, comenzó a llevarla a los bailes del Club Independiente o cualquier fiesta importante realizada en el pueblo. Aguardó que se enamorara. El casamiento. La mejor salida. Entonces podré quedarme tranquilo. Cerrar para siempre una etapa. Infructuosa la espera. Y cada vez más se le impuso la idea de los dos abroquelados en la casa, ella sobrellevando una soltería irremediable y él vencido por el peso de la vejez. El surgir impetuoso de varios perros lo obligó a disminuir la marcha. Despejado de improviso por los fuertes ladridos, comprendió que había llegado a la quinta de su amigo Zárate. Nunca aguardó tan impaciente la visita de él. El encuentro ya no iba a ser subrepticio, con el acecho de ojos implacables, como todos los que habían tenido después de conocerse en la fiesta organizada por el Club Independiente para celebrar los cincuenta años de su fundación. Una de las raras ocasiones en que ella y su padre salieron de la casa. Hacía algunos meses que la llevaba a diversos sitios, por una cena o un baile, sin comprender claramente el motivo. Tal vez para atenuar el confinamiento al que la sometió siempre o por el halago de exhibirla como joya deslumbrante, de exclusiva propiedad. Semejante comprobación la sacudió sobre todo aquella noche en el Club, a medida que la presentaba, jactancioso, expresando casi con la sonrisa mírenla bien, es mi hija, mi mejor obra, y tímidamente debía estrechar la mano de los hombres y ofrecer la mejilla al beso fugaz de las mujeres. Más que un medio liberador, hallarse allí tuvo el carácter de una penuria, presionada por la vigilancia de su padre, acorralada por las indiscretas preguntas de las mujeres y la mirada entre admirativa y codiciosa de los hombres. Luego de oír sin interés la charla desordenada durante toda la comida y cuando iban a comenzar los discursos y la entrega de medallas y diplomas, alguien la empujó bruscamente, vamos, ya es hora de divertimos un poco. Sin protestar siguió a la joven hasta el otro salón, más amplio, donde tres muchachos producían un sonido atronador desde el escenario. Aturdida, pero desligada de cualquier atadura, sólo quiso participar en el baile del grupo bullicioso. Quizá hacía rato que él la estaba observando cuando ella lo descubrió. Cerca del escenario, fumando en rígida postura, con el único objetivo o función de mirarla. No tuvo tiempo de superar el azoramiento; él la tomó de una mano y, conduciéndola hacia el centro del salón, casi la obligó a plegarse al ritmo de la música, sonriente, con la seguridad de quien sabe conquistar lo que se propone. Nunca me sentí mejor. Por primera vez conocía un abrazo cálido, fuerte, protector. Sin indagar demasiado por qué la había elegido ese desconocido -admiración, deseo-, dispuesta únicamente a gozar el placer súbito, absorbente, de permanecer así, acurrucada, sintiendo la voz cuyo tono no era autoritario como el de su padre sino suave, arrullador. Una puerta abierta. Salvadora. La oportunidad para acabar con el aislamiento, para compensar tanto tiempo de rabia y privaciones. Por eso se apresuró en aceptar un nuevo encuentro, lejos de testigos, íntimo. Y lo concretaron dos noches más tarde, en su cuarto. Furtivamente, temerosos de ser descubiertos por su padre. Después ocurrieron otros, fugaces, con la intranquilidad conferida por el acecho de un latente peligro. Hoy será diferente. Esta noche no tendremos sobresaltos. Y alborozada supo el fin de la espera cuando los golpes familiares le revelaron la llegada de él. Luego del baño que logró desalojar la fatiga y el polvo acumulado durante el viaje, compartieron la sabrosa comida que la vieja Esmeralda les servía con diligencia. Mientras evocaban recuerdos, hablaban de algunos hechos sucedidos en el curso de los meses que habían estado sin verse, se reían por diversas bromas, Zárate le explicó el trabajo que deseaba encomendarle: refaccionar las paredes y techos, pintar las habitaciones, embaldosar la amplia galería que circundaba la quinta. Por el inusitado ardor creyó adivinar otro propósito que el mero intento de otorgar mayor comodidad y belleza al lugar. ¿Cuál es la razón? ¿Acaso estás esperando alguna visita importante? Apenas una leve, enigmática sonrisa como respuesta. Sólo después del postre y mientras saboreaban un vino seco bien helado, pareció dispuesto a la confidencia. Habló, lenta, generosamente. La manera de expulsar todo aquello que le desgarraba el pecho: el agobio de sobrellevar siete años de austera viudez; la indiferencia de los hijos al visitarlo de tanto en tanto, sobre todo para pedirle dinero; la búsqueda de aturdimiento en el trabajo agotador; y especialmente las noches sin alivio ni subterfugio para eludir la premiosa soledad. Necesito una mujer. El corolario casi natural. Me interesa una. Desde hace bastante. Tu hija Alejandra. Abrió la puerta y, aferrándolo de un brazo, lo empujó hacia adentro. Impetuosa, desbordante de entusiasmo. Esperá, no hagas tanto ruido, puede oírnos, de pronto divertida por la susurrante voz plena de temor y el desconcierto dibujado en el rostro a medida que encendía las luces y lo llevaba en alocado paseo por la casa. No, por favor, sin atender las protestas ni preocuparse por el ruido de las sillas y mesas al chocar los cuerpos abrazados, arrebatada por el poder de sentirse dueña absoluta de todo. Se ha marchado, una semana, repitiendo casi obsesiva cuando al fin llegaron al dormitorio, mientras se apresuraba por desabrocharle la camisa y los labios rozaban la piel no sólo con la avidez del deseo sino también para quitarle cualquier huella de duda y escrúpulo, para incentivar una reacción apasionada. Nadie nos interrumpirá, ninguna odiosa mirada, cada vez más fuerte, victoriosa la voz. Solos. Siete días. Absolutamente solos. Apenas pudo dormir esa noche, acosado por la inesperada revelación de su amigo: el sentimiento de admiración y amor provocado por Alejandra y la firme intención de casarse con ella. Sí. El mejor candidato. Abrigando la esperanza de concluir por fin el rol de eficiente guardián, seguro de que nada habría de faltarle junto a ese hombre recto, de holgada situación económica, con quien los juegos y el afecto lo habían unido desde la niñez. Al día siguiente, mientras realizaba los primeros trabajos en la casa, se acentuó una perturbación: qué actitud adoptaría ella. Adivinó un estado similar en Zárate cuando Esmeralda le dijo que había salido muy temprano a recorrer el campo y controlar los animales, sin duda como un modo de ocupar el tiempo o aplacar el desasosiego. Tuvo la evidencia a la noche, al reunirse en el amplio comedor, los dos abstraídos, casi sin mirarse, aplastados por una dificultad que al parecer no sabían salvar o simplemente enfrentar. Hay una sola persona que debe resolver esto: ella. Quebrado el silencio por el estallido de las palabras, mientras apartaba el plato y clavaba los ojos en él, interrogante. Se limitó a mover la cabeza de manera afirmativa. Quisiera hablar con ella. Necesito saber su opinión. ¿Cuándo? Consideró superflua la pregunta al verlo levantarse y marchar presuroso hacia la puerta. Ahora. Vamos. Le pareció como probar una fruta distinta, más deliciosa que todas las conocidas, sacarse cada prenda con lenta delectación, sin el apuro ni el cuidado de tantas veces, orgullosa al descubrir a la tenue luz rosada el cuerpo esplendente y túrgido. Apurate. Ajena al perentorio reclamo, ocupada en realizar la operación que a cada momento tornaba más excitante la espera. Ya. Aquí estoy. Se deslizó por fin junto a él, comprendiendo que la tensión se había convertido en un globo a punto de estallar. Dejó que la rodearan los brazos ávidos. El cálido refugio que no quería perder nunca. Y fue abandonándose, con inédita serenidad, sin el menor resguardo del ruido y la luz y cualquier horadante mirada, felizmente vencida por el peso del cuerpo que la hundía en un remolino de placer cada vez más fulgurante. No. No. Quedó casi petrificado junto a la puerta abierta con violencia. No atinó a un gesto o palabra. Sin comprender claramente si era por el grito de Zárate y la furiosa premura en salir de la casa. O por la apabullante visión de los cuerpos sobre la cama. O más bien por la risa de ella. Provocativa. Con un aire de implacable venganza. Triunfal.

LA NOCHE, ELLOS, YO

-¡No! ¡No!
El grito, casi autoritario en la voz de él, entre temeroso y suplicante en la de ella, surgió como la única defensa contra las cuatro o cinco figuras -sombras apenas definidas en la oscuridad de la noche- que desde un zaguán y desde atrás de un árbol y desde el fondo de un baldío se abalanzaron hacia la calle Los rodearon. Cortándoles el paso. Amenazantes.
-¡Quietos! Se acabó el paseo.
El desconcierto transformándose de pronto en pánico, la rigidez como reflejo de impotencia o expectativa. Se apretaron más fuerte las manos, los cuerpos pegados en procura de transmitirse confianza o un hálito de coraje. Efímeros el silencio y la calma. Una de las siluetas se precipitó ágil y rotunda sobre él. De un tirón doloroso, ella sintió desprenderse la otra mano, tibia, protectora.
-¡Miguel!
Apenas una exhalación en la boca repentinamente cubierta por los dedos ásperos. Después las garras tenaces de los brazos inmovilizándola. Pero no le preocupó tanto debatirse, estéril y enmudecida, sino aquello que le ocurría a él en algún rincón de la calle penumbrosa, sólo imaginado por el sonido de los golpes y el furor de las palabras y los repetidos y fuertes quejidos. Cuando la quietud sobrecogedora reveló el fin de la lucha, tomó conciencia de ser arrastrada sin miramientos y depositada sobre el colchón de pastos duros y húmedos. Las figuras parecieron multiplicarse ominosas a su alrededor. Cada vez más débil, vencida por férreos tentáculos. Sin poder evitar el arañazo de la mano que desgarró el vestido.

(No, eso no. No seas mala. No soy, sabés que te quiero. Sí, sí, eso decís, pero nunca me das el gusto. Siempre lo hice, Miguel, menos eso. Ves que tengo razón. Nada más porque no está bien hacerlo antes de casarnos. Nosotros nos vamos a casar y será lo mismo. No, mamá y el padre Santiago dicen que no, no es lo mismo y yo... Sos vos la que no quiere. Sí, yo quiero complacerte, pero no está bien. Entendeme, por favor. Y casi todas las noches, en el pasillo o en un rincón del comedor solitario y apenas iluminado, el frenético deseo de él trataba de superar la barrera creada por la confusión o el miedo o un imbatible sentimiento de culpa. Tené paciencia, por favor, ya lo haremos, todo lo que quieras, la voz en urgente susurro para aplacar la arremetida de la boca ávida y las manos que diestramente desabrochaban la blusa y se deslizaban con placentera lentitud por los pechos suaves. Basta. Basta. Está bien, no te molesto más, la brusca separación, el malestar estallando en el latigazo de palabras refulgentes, te aviso que me estoy cansando y a lo mejor dentro de poco dejarás de verme por aquí. No, te lo ruego, no. Ya lo sabés, andá pensando en lo que vas a hacer. Y luego de marcharse, la acosaba la amenaza de perderlo, mientras recordaba el roce de los dedos queridos y se repetía con rabia que la próxima vez iba a ser más buena y le daría el gusto con tal de no verlo enojado, aunque fuera sucio, un pecado, sí, lo amaba demasiado y nunca resistiría vivir sin él.)

-¡Apurate!
-No vamos a estar toda la noche esperando.
-Sí. Acordate de nosotros.
Palabras apenas balbuceadas, imperativas en el tono, que le hicieron imaginar la furia desfigurando los semblantes tragados por la oscuridad.
-Calma. Esperen un momento -diferente, casi parsimoniosa la voz del que manipulaba con delectación sobre ella-. Todos nos vamos a divertir. Sin apuro. Será lo mejor.
¿Dónde estás, Miguel? No podés abandonarme ahora. ¿Qué te hicieron? No soportaré esto. Tampoco tendré valor para mirarte después a los ojos. Sucia. Con una mancha que nunca podré quitarme. No. No dejes que ocurra. ¿Estás herido, desmayado? Necesito verte. Por favor. Miguel. Miguel. Nada más que algún remoto sonido -el ladrido de un perro, el golpe de una puerta, la marcha indefinida de un vehículo- logró quebrar el letargo del pueblo y se confundió con el jadeo de ellos en la espera cortante como el filo de un puñal y el desgarro de la ropa convirtiéndose en jirones por imperio de las manos afanosas. Por fin, el aire cálido rozó los pechos y después la cintura y por último el comienzo de los muslos desprotegidos. Ahora. Ahora. Una idea liberadora se impuso contundente al atenuarse la presión sobre una pierna. El golpe de la rodilla estrellándose contra el otro cuerpo quedó desplazado por un brusco, rabioso quejido. Las siluetas se agolparon. Abrumadoras. Muy cercano, percibió el aliento cargado de alcohol y tabaco.
-Parece que te gusta jugar. Te vamos a dar el gusto. Ya vas a ver.
Miguel. Vení, por favor. ¿Dónde estás? Contestame. Ahora. No puedo esperar más. Y violentamente, sin tiempo para el rechazo, sintió en la boca los labios húmedos, ásperos, tan enardecidos como las manos -distintas de las otras, aquellas familiares, apartadas tantas veces por imposición o en resguardo del honor-, que luego del lento recorrido abarcaron por fin la redondez de los senos en una arrebatada, dolorosa caricia. No. Así no. Vos debías ser el primero, Miguel. El único. Sí. Tuvo un escalofrío, erizada la piel por el miedo y la certeza de no poder impedir el hecho previsto, tangible ya. No lo permitas, Miguel. Ayudame. No puedo. Por favor, no me dejes. No. No. Y los dientes mordieron la boca intrusa en exasperada pugna o como torva manifestación de dolor por la fuerza que abruptamente invadió su cuerpo.

(Hace tres días que no viene tu novio. ¿Están peleados? No. La otra noche hablaban fuerte. ¿Qué pasó? Nada importante. Lo de siempre. ¿No habrás...? No, mamá. No sé si ese muchacho te conviene. Creo que sólo le interesa divertirse con vos. No digas eso. Me quiere y yo también. Vamos a casarnos. Ojalá. Pero debés tener mucho cuidado. Por una equivocación podrás arrepentirte toda la vida. Y se debatía en la mayor incertidumbre sobre cómo actuar, insegura de cada palabra y cada gesto, menos del impetuoso sentimiento que la dominaba. Nos amamos y no debe haber secretos entre nosotros. Nada de lo que hagamos puede ser malo y reprochable. Se esforzaba por hallar justificativos, por conferirse una cuota de seguridad para complacer los requerimientos de él, indiferente a cualquier comentario o sugerencia de los otros. El ardor y la impaciencia suelen ser pésimos consejeros. Lo urgente ahora, tal vez mañana lo considerarás sin importancia o será motivo de remordimiento. Debes conducirte con mucha prudencia. Sí, padre. Pero nosotros nos queremos. Precisamente por eso debe existir mutuo respeto y tienen que organizar la vida en común libre de sombras y asechanzas. Nada consiguió otorgarle sosiego, marcar un rumbo definido. Sintiéndose culpable por el alejamiento de él, tres días en desoladora vigilia, con el creciente temor de la ruptura definitiva. No quiero pasar por esto otra vez. Si vuelve, haré lo que me pide. No puedo perderlo. Nunca lo soportaré. Nunca.)

Poco a poco fue cediendo la resistencia. Murió en la boca reseca cualquier sonido. Apresada en la oscuridad donde las figuras y las palabras y las risas parecían formar parte de un increíble delirio. Sólo consciente de ser el centro de la atención, el precioso y apetecible trofeo que todos se disputaban con encendida premura.
-Dale, viejo. No aguanto más.
-Yo tampoco.
-Nosotros también queremos divertirnos.
-Esperen. Ya termino. Esperen.
Miguel. ¿Acaso estás muerto? Yo empiezo a morir. Ahora. Sí. Muerta. Aunque después siga caminando y hablando y haciendo las cosas de todos los días. Derrotada. Un agotamiento cada vez más doloroso en las muñecas y las piernas aferradas, en la espalda brutalmente apoyada contra el suelo. Sin atender ni importarle las palabras airadas o las bromas hilarantes, el tumultuoso respirar, el acoso de los cuerpos frenéticos. Sola, Miguel. Cuando más te necesito. ¿Volveremos a estar juntos? Nada más que la certidumbre del desamparo, sin fuerzas para intentar la menor lucha o protesta. Ya nada será igual entre nosotros. Nos robaron lo que nos pertenecía. Algo que deseaba ofrecerte a vos. Únicamente.

(Malo. ¿Por qué? Tres días sin venir ni avisar nada. No pude. Tuve mucho trabajo. Tanto como para olvidarte de mí. No. ¿O acaso estabas enojado? Tampoco. La última vez te fuiste disgustado. Ahora estoy aquí y será mejor olvidar todo. ¿Qué te parece si vamos al cine esta noche? Eufórica de improviso por concluir la desgastante espera, creyó que era el momento de llevar a cabo la promesa rumiada con serenidad, dispuesta a obrar sin ligaduras. Sí. Aunque mamá y el padre Santiago me crean la peor mujer del mundo. No importa. No se enojará otra vez por mi culpa. Y mientras se encontraban en el cine no le interesó demasiado el espectáculo desarrollado en la pantalla, sino que prefirió acurrucarse junto al cuerpo de él tanto en búsqueda de tierna protección como para empezar a disfrutar el goce anhelado. Permaneció ajeno a los besos y caricias que pretendían salvar agravios, restablecer la confianza, relegar cualquier atisbo de resquemor. No puede engañarme. Todavía está furioso y cree que me negaré de nuevo. Se llevará una sorpresa. La mejor. Presintiendo voluptuosa el explosivo fervor, demoró el instante de la confesión, como si cada segundo acrecentara la fogosidad de lo proyectado. Sí. Esta noche. Lo que él siempre quiso. Mi regalo. Pero todo concluyó inesperadamente. Cuando salieron del cine, después de andar tres cuadras. Al surgir las siluetas indefinidas, en recio ataque.)

Casi un descubrimiento. Sorpresivo. Feliz. Comprobar poco a poco que tenía libres los brazos y las piernas y ya el cuerpo no era sometido por el embate de ellos. No pudo moverse, sin embargo. Entumecida, con la sensación de estar adherida a la tierra húmeda. Sólo los ojos -ardientes, esforzándose por tener abiertos- logró movilizar con temerosa lentitud, en una especie de reconocimiento o interrogación. Alrededor, apenas recortadas las figuras, a la espera de algo. Hasta percibir unos pasos. Lentos, inconfundibles. Sí. Es él. Por fin. Procuró erguirse sobre un codo. Hubiera querido proferir un grito de alivio, que expresara el final de la angustia y el miedo. Nada hizo. No tanto por fatiga o incapacidad, sino por el mazazo de la voz anónima que derribó la última capa de defensa. Una orden escueta, plena de urgencia:
-Vamos, Miguel. Apurate. Ahora te toca a vos.

HOLGUÍN CHAPARRO, Carmen Julia


Carmen Julia Holguín Chaparro

Hidalgo del Parral-Chihuahua-México//Albuquerque-Nuevo Méjico-Estados Unidos


Libros publicados:
* Poemario personal
-A tu prójimo amarás (Universidad Nacional Autónoma de México UNAM, Facultad de Estudios Superiores Zaragoza, 2008)


*Antologías
-Canto a una ciudad en el desierto (La cuadrilla de la langosta, México 2004)
-Letras del desamor y Cuetogotas V (aBrace, Uruguay 2005, poesía y cuento)
-Regalos del alma (Centro de Estudios Poéticos, España 2005)
-Ecografías Septentrional (Chihuahua Arde Editoras, Chihuahua 2005)
-Mujeres poetas en el País de las Nubes (Centro de Estudios de la Cultura Mixteca, México 2005)
-Metamorfosis (Centro Nacional Cultural Hispano e Instituto Cervantes, Albuquerque 2008)
-Agualluvia de letras. Poesía femenina chihuahuense 1930-1980 (Tintanueva, México 2008).
-Desde todo el silencio I, II y III – Los puños de la paloma 2007, 2008, 2009
-Pujo de sangre – Los puños de la paloma, 2009


OBRA

SELECCIÓN NARRATIVA

DESDE LA BANQUETA

Carlitos debió haber pasado frente a mí en varias ocasiones antes de que empezara a fijarme en él, todavía adormilada. Mis ojos se vieron atrapados por su diminuta figura en algún momento que no alcanzo a precisar ahora; en alguna de sus vueltas o en uno de mis regresos en que le ganaba al sueño, sentada en la banqueta de las oficinas del Consulado Norteamericano de Ciudad Juárez, donde esperaba, todavía de madrugada, que abrieran.
Cuando comencé a verlo, observé cómo Carlitos iba y venía de un lado a otro de la calle en una bicicleta negra…una bicicleta igual, aunque no de tamaño, a una que mi madre me regaló cuando era pequeña y que jamás aprendí a usar, incapaz de que avanzara hacia adelante, razón por la cual mi madre terminó regalándola, y quizá, razón por la cual, jamás aprendí a andar en una...Él era chiquito y extremadamente flaco, yo no podía vislumbrar siquiera el pecho que se guarecía en aquella enorme sudadera gris con mangas azules, tremendamente largas.
El terrible frío que yo sentía fue calmándose un poco a medida que el sol fue ganando terreno al avanzar la mañana; así que pude acomodarme mejor en la banqueta para continuar observando a Carlitos en su circular e interminable paseo. Seguí sus movimientos una y otra vez en su continuo pedaleo frente al Consulado: de aquí hacia allá y de allá hacia acá, rozándome -rozándonos- en ocasiones, los pies, cuando el gentío desmañanado y ansioso se arremolinaba en la calle, impidiéndole el paso libre. Creí que de un momento a otro caería de aquel endeble -como él, como yo- vehículo, que el viento, aunque leve, daría con él al suelo, pero Carlitos seguía arriba, pedaleando; sonriendo y pedaleando con una energía que no me parecía que tuvieran sus piernitas, las que más que ver adivinaba debajo del pantalón verde acampanado.
Desde la soledad y el anonimato que compartía con las demás personas alineadas en la banqueta, impacientes ya por entrar a aquella dependencia e iniciar el largo proceso para obtener su visa, vi que Carlitos no miraba a nadie a los lados mientras paseaba. Fijo su mirar en un frente impredecible dejaba que el vientecillo helado de las siete de la mañana le acariciara su rostro eternamente niño y le alborotara el negrísimo pelambre que lucía como cabello. Carlitos no me miraba tampoco a mí, ahí, sobre aquel frío cemento, sucio, desgastado de miles de pasos extraños que imprimían su huella cansada y desvelada diariamente para conseguir aquel preciado documento que les –nos- permitiría cruzar legalmente al otro lado.
Carlitos no se daba cuenta de mis afanes por su languidez, por su cuerpecito desprovisto de carne y piel. Él daba vueltas y vueltas sin sospechar mi preocupación, sin notar siquiera mi presencia oscura, ni la ternura que al cabo de tanto verlo ir y venir había provocado en mí. Sobre su bicicletita, pegado a ella indefectiblemente, adherido a ese asiento por un destino fatalista que desde luego él no había tenido la oportunidad de elegir, determinado desde su origen a esa esclavitud que procuraba disfrutar o por lo menos disimular sonriendo perennemente, Carlitos sólo miraba la cintura adolorida, las piernas cansadas del hombre de adelante que lo jalaba sin ningún esfuerzo. Sus brillantes ojitos se quedaban en los zapatos gastados que guiaban sin entusiasmo la ruta cíclica de su forzado recorrido matutino.
Menos de lo que podía ver Carlitos tenía yo a mi alcance. La verdad es que me pesaba la sola idea de levantar la cara desde ahí abajo en la banqueta; prefería no involucrarme con aquellas miradas que yo sabía encontraría en la multitud alrededor mío, así que me quedé ahí abajo, observando sólo tobillos y pies que soportaban piernas que me hablaban de cuerpos motores con rostros quizá de mujer, de hombre; jóvenes, viejos; pobres, ricos; limpios, sucios; gringos, orientales, árabes...mexicanos...Carlitos -porque debía llamarse Carlitos; lo había sabido al verlo desde el primer momento, quién sabe cómo- era la única imagen total que yo me permitía, por eso, sabiendo que aquel chiquilín no conocía el rostro de su amo, que no conocía al hombre que seguía si titubeos con muda obediencia, me dejé ganar por la solidaridad e incliné más mi cabeza. Yo también me negué a conocerlo.
Un escalofrío, o quizá un recuerdo batiendo sus alas me estremeció un instante; observé mi reloj en su leeeeeeeeento caminar; escuché el murmullo creciente de la muchedumbre despertando más y más, y por último miré otra vez la figurita de mejillas sonrojadas cuando pasaba junto a mí. Envidié su coraje para sonreír de aquella manera y entonces me volví atrás, pero antes de desaparecer en el hueco de mis brazos enlazados a mis piernas, ambos, Carlitos y yo oímos la voz del hombre de adelante, vieja, gastada; llena de hastío, de amenaza y esperanza suplicante a la vez:
-¡Títeres!
¡Títeres!
¡Baratos!
¡Venga y compre sus títeres!...


SELECCIÓN POÉTICA

Con el corazón

Cuando mi voz alcanzó el sonido
y hubo quien escuchó
lo que decía,
el hombre que me amaba
me cortó la lengua.

Cuando mis manos grabaron palabras
y hubo quien leyó
lo que escribía,
el hombre que me amaba
me partió los brazos.

Cuando aprendí a hablar con la mirada
y hubo quien descifró
el código de mis pupilas
el hombre que me amaba
me sacó los ojos.

Casi sorda de nacimiento
con un álito mínimo
para beber en la huida,
una noche tomé mi corazón
entre las piernas
y abandoné
al hombre que me amaba.

LIZZI, Susana Mabel


Susana Mabel Lizzi

Gualeguaychú-Entre Ríos-Argentina


Obras publicadas:

-La telaraña, cuentos (2001)
-Con la boca al rojo vivo, relatos (2009)
-Los dados de la noche (en imprenta)

OBRA

SELECCIÓN POÉTICA

LA FALSA MEMORIA

Bienvenida a la zona de estacionamiento.
Corrijo: excluida de tu garganta
se esconde la palabra
en un pliego de tajos guturales

Volante a la derecha.
Pero ¿qué otro remedio?
Tu fama tenebrosa documenta tu lengua.

Volantazo y estampida.
No mezquinar garrotes
ni patadas ni balas.

La memoria no sabe de ideólogos infames.
¿Qué es la sangre después? Tan sólo un charco oscuro
Una manada de sombras entre el lodo y la lluvia
tierra sobre tierra.

El cielo, mira absorto el impacto del paisaje.


CANJE

La noche corroída por el tiempo
el río breve, la devastada tierra
el monte calcinado
la sorprendida luna
subsisten al verdugo.

Un pájaro inédito
desafía al holocausto.

Hemos canjeado luz por sombra
fértil claridad por pedregal oscuro;
frías bandadas de misterio
se adueñan de la tierra.

Nuestra lengua se obtura
cada vez más pequeña de tanto no decir.

¿Porqué el poema no ha sido suficiente?


ÚLTIMA INSTANCIA

Arderé como un sol
brillará mi certeza
un día veré claro
y entonces
la secreta memoria
me vendrá en ramalazos
como lluvia de enero
pero estaré cayendo
con la pesada piedra
de la esperanza a cuestas.
Tarde, será muy tarde
para solo un poema.


TIEMPO PRESENTE

Un ángel tiene tiempo
y viene hasta la tierra.
Arranca un yuyo
muerde
su tallo con lentura.
mastica.
chupa.
traga.
Se le encogen las alas.
en estos campos, nadie
espera su llegada
sólo arrojan semillas
y fumigan.

ÁLVAREZ, Andrea Victoria


Andrea Victoria Álvarez

Aragua-Venezuela//Buenos Aires-Argentina


Obras publicadas:

-Antologías Desde todo el silencio-Tomos I, II, III-Editorial Los puños de la paloma-2007, 2008, 2009

OBRA

SELECCION POETICA

AYER

Es tu ayer
circulante inspiración
y sus retornos.

Pendular oscilante vibratorio
vas y vienes

Es mi ayer
en espiral circunspecta
-ay de mí-
imperceptiblemente


Ayer, ayer
eres como olas de mar
vas y vuelves

Y te alejas
y te advienes

Bajo semejantes aguas
el mismo lugar no es siempre.



ALIMÉNTAME TIERRA

La tierra tiene sangre,
sangre negra
y venas y piel y fruto.

El hombre
un sentido de reproducción
sobre todas sus planicies.

Pero también tiene –intuyo-
un hoyo metálico en la boca
del estómago,
hambre

y mucha soja para mitigarla.

Exquisitos manjares de hidrocarburos
al plato.


SELECCIÓN NARRATIVA

INSOLACIÓN

Afuera, la destemplada fogosidad del sol reseca las hojas de los árboles, chillan y se achicharran las piedras. En tanto, yo guarezco a las sombras de una brisa artificial que refresca mis pensamientos:

Como nunca, Ungaretti me une a la vida:
“penetrada /en mi silencio /he escrito/nunca /tan unido a la vida”.

Whitman remonta vuelos a la estima del existir que poco antes Cioran había sepultado, cortado alas, con su pesimismo insolente:

“Me celebro y me canto a mí mismo”

Las imágenes comienzan a aflorar e invaden las neuronas algunas chispas de inspiración….

De repente el silencio ha hecho escala en otro lugar:

alguien habla,
suena el teléfono,
tocan la puerta.

Un perro ladra
desaforadamente.

Vuelve la calma.

Ahora, en mi cercana territorialidad, invoco desmoralizada los fecundos silencios de la casa de Yolanda Pantin:

“La palabra a golpes desprendida. /Volcada de revés. / La calma es un minuto”.


Pero el largo y tendido alarido de un niño, más parecido al llamado de tarzán, los desgarra.

Salgo de mi escondite, encaro al sol inclemente, a las hojas resecas, al chillido de las piedras chamuscadas y también grito…. ¡Déjenme escribir!

Finalmente, el silencio se ha derretido al sol al igual que mi inspiración.


EL FORASTERO DE RIO BAJO

La curiara había volcado y se alejaba con la corriente sin rumbo fijo. Mientras, los brazos de la anciana se agitan por sobre las masas de agua que la tragan, voraz, sin misericordia.

Todo estaba bien hasta que llegó el viajero, un hombre venido de ninguna parte que miraba de lado y caminaba con el pecho inflado como pavo real. Jaina había quedado prendada de él, por sus maneras complacientes y solicitas que, no en pocas ocasiones, proveía a la muchacha.

— No te quiero ver más con ese hombre. —Le había dicho su abuela días antes.
—Pero abue, si no lo conoces. El me habla de la ciudad, de todo lo que desconozco por vivir aquí, aislada en este monte. No puedes obligarme, lo sabes.
—No te voy a obligar a nada, estas a mi cargo desde que murieron tus padres y es mi responsabilidad cuidarte. Por eso lo hago. Y —agregó rotundamente—, ¡no verás más a ese hombre!

Días después, el viajero había desaparecido misteriosamente. Al poco tiempo hallaron, lo que muchos suponían, su osamenta encallada en las riberas del río.

Todo habría quedado allí si Jaina no hubiera escuchado la conversación de su abue
con uno de los hombres de pueblo.
—¿Y al final qué quería ?, ¿saber sobre el camino a las minas?
—Así es —le contestó el hombre recostado de una de las vigas del ranchon—, creo que era lo único que le interesaba. Luego, todo fue más fácil. Lo subimos a la curiara haciéndole creer que lo llevaríamos al camino de las minas y a la mitad de Río Bajo le dimos un empujoncito.
—Teníamos que hacerlo —prosiguió la vieja —, ese menesteroso se estaba burlando de mi nieta, lo único que buscaba era sacarle información. No podía permitirlo.
—¿Y usted, cómo lo supo? ¿Se lo dijo Jaina?
—Yo los escuché, le hacía preguntas sobre el lugar de donde sacamos el oro. Por supuesto, Jaina no se lo dijo porque no lo sabe, pero yo me di cuenta de sus intenciones. Luego ella misma me preguntó. Allí me dije, este hombre es más peligroso de lo que parece y decidí hablar contigo
—Hizo bien, ahora tenemos un problema menos.
—Dos —respondió la vieja sagazmente, — ya no podrá perjudicar a mi nieta.

Jaina debió contenerse para no salir y enfrentar a su abue, después de todo, que derecho tenia si todo lo había hecho por ella y ahora la convertía en asesina. Su reacción fue caminar hacia la costa del río, subir a la primera curiara que descansaba sobre las aguas y comenzar a remar.

Al alejarse, un hombre desde la orilla le gritaba para que volviera con su embarcación.

Las voces llegaron hasta la casa de la anciana quien corrió a la margen del río para ver como la canoa con su nieta en ella se alejaba bajo el calor inclemente y los vaporones de las aguas.

—¡Nos escuchó! —gritó al hombre con el que había estado hablando segundos antes—seguro nos escuchó.

Desesperada, corrió por la orilla del río y tomó otra embarcación. Como pudo, la arrastró hasta las aguas y comenzó a navegar en dirección a la barca que llevaba a Jaina

—¡No haga eso! —Quiso prevenir el hombre, —hace mucho que usted no navega, ni tiene fuerzas para dominar la embarcación.

La advertencia llega tarde, el hombre intenta detenerla; pero ya la curiara ganaba velocidad entre las curvas pronunciadas del río y se dirigía vertiginosa hacia la parte más peligrosa de Río Bajo. En su acelerado recorrido golpea fuertemente contra troncos y rocas. Se acerca y aleja de la rivera en loco vaivén. La embarcación donde viajaba Jaina desaparecía en el horizonte, cuando la de la vieja da una voltereta en el agua y ella queda atrapada entre el casco y la profundidad del río. La desdichada comienza a agitarse, a buscar la superficie desesperadamente. Sus miembros se agitan como si pretendiera nadar, apenas flota.

Estas sacudidas, el calor asfixiante, la falta de alimento que suele azotar la zona durante los veranos intensos, hacen que las hambrientas pirañas deseen formar parte de la escena.


EL SONAJERO

Siempre al pasar por esta calle y mirar al patio de su casa, él levanta la mirada deja de jugar a la pelota y huye como si le asustara mi presencia.

La última vez me quedó la intención de arrebatarlo, de llevarlo conmigo.

Después de mucho meditar hoy me atrevo. Violo la intimidad de la morada: una silla a la que le falta una pata está atravesada en la puerta, al fondo el mobiliario desvencijado descansa sobre un piso polvoroso. Escucho mi respiración agitada y el ritmo apresurado de mi corazón hace latir las paredes de madera y latón. Un olor penetrante de aceite quemado, de frituras, me lleva a dirigir la mirada hacia el otro rincón donde un montón de platos y vasos de plásticos reposan sobre la mesa con restos de comida, al parecer, del día anterior.

Sigilosamente sigo mi recorrido. En otra habitación y sobre un catre permanecen algunas vestimentas apiladas, percibo una mezcla de olores entre humedad, sudoración y cosméticos baratos. Mas allá, empotrado entre el catre y un gran escaparate descubro una caja de madera de amplias dimensiones, me acerco y en su interior observo algunos peluches y otra diversidad de juguetes. Un sonajero con forma de oruga llama mi atención, pienso en su dueño. Lo levanto y hago tintinear suavemente. Su sonido armonioso me hace desistir.

Vuelvo sobre mis pasos y me retiro con la misma discreción con la que había entrado. Al ganar la calle, la cruzo con paso apresurado hasta llegar a la plaza. Allí el repiquetear de las campanas de la iglesia mayor se confunde con el sonar del sonajero en mi bolsillo

“Al menos el cachorro no tendrá a quien extrañar”—me conforto.

Llego a casa, coloco el sonajero sobre la mesa y comienzo a escribir.

PUIGBÓ, María Teresa


María Teresa Puigbó

Santo Domingo-República Dominicana


Obra publicada:

-Antología Poetas de la Era


OBRA

SELECCIÓN POÉTICA

ESTADOS ALTERADOS

Latidos jinetes de veloces unicornios,
preguntas cosidas a tus párpados,
pechos de alados mares azules,

Silencios taladros de seres,
ausencia de gravedad,
vastas negritudes espaciales,
lluvias de astros y cometas,

Caer del todo a la nada,
sin resguardos ni oraciones,
beber la vida tan extraña,
verte desde afuera, vulnerable,
mientras te arropas de algodón,
para no romper los cristales,
que te encierran en la nada.



EN CARNE VIVA
En carne viva viviré esta vida,
sin dilución, sin echar agua al vino,
sin el humo narcótico, sin calmantes,
sin las mentiras de las novelas televisivas,
sin la ficción de los periódicos,

No huiré en trances etílicos,
ni en evasiones psicológicas,
tomaré todo sin anestesia,
a puro pulmón, todo el dolor,
las lágrimas, las risas, los besos,

No haré cuadros abstractos,
sin expectativas, sólo ser,
caminar con mi rumbo,
sin importar los precipicios,
romper las colinas que irrumpen,
en el ascenso a mi existir,
diáfana, en línea recta,
sin tomar nada prestado,
sólo lo que me es propio,

Sin anestesias,
Sin recetas,
valiente,
resistiré los embates,
nada existe al azar,
todo es requerido,
cuidando causas,
y consecuencias.

Todo fluye,
en el amanecer,
en la hortensia,
en la serpiente,
en los ojos amados,
en los abrazos,
en las caídas,
en cada segundo,
en cada latido.

LEJANÍA

Los ojos cegados de luz,
los ecos de tu voz,
encuentro el desencuentro,
un corto vuelo,
un presentir,
la melancolía de una pregunta,
la solidez de la respuesta,

Rodar y rodar,
caer al vacío,
un verde que escapa,
brazos de plomo,
mirada de lejía,
voz muda,
quise abrazarte,
te escapaste,
me dejaste,
envuelta de nubes,
mojada de estrellas,

En tu hueco,
ya crecen flores,
amplias soledades,
misteriosa sorpresa,
promesas de azúcar
pobladas por otros sueños,
quimeras de nuevos días,
hechos de suspiros y mares.

Pero aún camino,
aún tropiezo,
con las piedras de tu lejanía,
que supero con remos,
en otros pechos,
y en otros besos.

Sin pesares me despido,
te entrego mis adioses,
hechos de colinas y montes,
arados por el sudor que no fue,
vestidos de un ser que reinventa,
como medir las pasiones,
sin fuego ni dolor.


LABIOS DE ESPONJA

Para tí, por lo de ayer...

Tus labios son esponjas,
que cuando besan,
me llevan de paseo,
por la cara celeste de la luna,

Quisiera yo borrar,
de ellos todos los antiguos besos,
hacer una revolución de olvido,
donde tu existir se llene de mí,

Limpiar tu cuerpo,
de todo lo amado,
en piscinas claras de un eterno presente.
lentamente con mi lengua estrujarte,
con agua y miel,
limpiarte del pasado,
recorrer tus precipicios,
y bailar dentro de tus recámaras secretas,

Perfumarte entero de mí,
agotarte de latidos y gemidos,
hasta que caigas derrotado,
en un dulce suspiro.

PERSICO, Eduardo

Eduardo Pérsico,

Banfield-Buenos Aires-Argentina//Lanús-Buenos Aires-Argentina


Obras publicadas:
1978 Crónicas del Abandonado. Cuentos.Editorial Mensaje. (Faja de Honor de la SADE) 3 ediciones.
1982. Gardel Supo Retirarse a Tiempo. Corregidor, Novela.
1983. Resistencia Lunfarda. Poemas. Editorial Rueda. 3 ediciones.
1986. El Olvido está en Libertad. Novela, Editorial.Futuro.
l989, De nuevo lejos de Uppsala. Novela, Ediciones Bell.
1993, Un Mundo Casi Feliz Cuentos y Poemas.
1993. Nadie Muere de Amor en Disneylandia. Novela. (Premio Fondo Nacional de las Artes) Beas Ediciones, 3 ediciones.
1995. Cuentos con Mujeres. 1998, Beas Ediciones.
1998, Madame Bovary era una Buena Chica. Novela, Editorial AINI. 2001. El Infierno de Rosell. Novela. Ediciones del Leopardo.
2004. Lunfardo en el tango y la poética popular. Ensayo y Glosario, Proyecto Editorial.

Participaciones en: Fútbol a Puro Cuento, Ediciones Faro Verde; Escritores argentinos según ellos mismos, compilado para la Universidad INCCA de Colombia, por Joseph Vélez, de Baylor University, USA; Cien sonetos Lunfardescos, Academia Porteña del Lunfardo; Los que conocieron a Borges nos cuentan, Editorial Tres Haches.

Convocado a universidades en USA, España, Cuba, Canadá, y países latinoamericanos, expuso aspectos culturales de Argentina y Amércia Latina en el Hunter College of the City University of New York; Borough Manhattan Community College of New York; Baylor University de Waco, Texas; Greeley University y Fort Collins University, Colorado; Bienal Internacional de Poesía en Madrid, 1987. Por el Instituto Cultural Hispánico de California, en la Pedagógica de Santiago de Chile, Asunción del Paraguay, UNEAC, de la Habana, Cuba; y en 1995, Domínguez Hill University, Los Angeles. Integró la Bienal del Libro en Río Centro, Brasil, año 2001.

Coordina talleres literarios y seminarios en la Universidad de Lomas de Zamora, UNLZ, Argentina. Material último ver Google.

OBRA

POESÍA

ACASO FUERA OTOÑO.

Mi soledad hoy convoca al color de unos ojos,
y a un húmedo paisaje de arroyo y arboleda.
Inicial abordaje entre cuerpos flamantes
de pieles imbatibles y una fuga de pájaros.

Las voces que dijimos son pasado perpetuo.
El ayer nunca entrega ni el más leve latido.
Pero quizá sonreímos al abrochar tu falda
y jamás olvidarnos, tomados de la mano.

La noche seguiría detrás de nuestro paso
y acaso fuera otoño. Tampoco lo recuerdo.

Cada inicial acorde del ‘amor para siempre’,
lo mismo que tu nombre se ha vuelto desmemoria.
Una piadosa sombra menos cruel que el olvido,
que a veces se descuida y nos perdona. (dic.2009)


MOMENTO IRREPETIBLE.

Del silencio a la sombra la luz teje su trama
prolija, minuciosa, sin dejar una hilacha.
A bullicio los pibes van cubriendo la escena
y al abrirse la escuela, ya entonces entra el día.

Convención de torcazas, vaivenes, revoleos
y atávico misterio a perderse lejano.
Cada instante protege su perfil más oculto,
con ecos y sonidos de rumor callejero.

El momento es flamante,
único, recién hecho,
con cielo más opaco y verdor melancólico.

Ahí cruza la vecina que ni siquiera mira
y ya se desmelenan las ansias por el barrio.
Eso sí que es la vida, no jodamos.

Sin respuesta probable me abruma el universo
y hoy quizá necesite imaginarme dioses
que certeros acierten tanto enigma y mis ojos.
Pero ninguno de ellos, aún, me ha convocado.
(setiembre del 2009)


NUESTRO ÚLTIMO CAFÉ.

Hay bares tan opacos que ni siquiera muestran,
el brillo de unos ojos al decir sin reflejos
‘dejamos de querernos, los dos bien lo sabemos’.

En la misma mirada juntamos las palabras,
las tardes en el cuarto, los ardientes desnudos,
y sin la menor huella de la emoción que fuimos,
dejamos los ‘te quiero’ del lado del silencio.

Sin ecos ni rencor, simplemente pasado
salimos a la calle.
Y apenas nos dejamos una misma sonrisa,
cada cual por su lado.

Cuando llega el adiós por esas cosas,
no es bueno esperarlo en Buenos Aires.
Que en otoño y te extraño,
tiene este modo tan cruel con el olvido.

Argentina. (octubre 2009).

NARRATIVA:

ALICIA PLANCHA SU PAÑUELO.

Sólo algo no existe; es el olvido. Jorge Luis Borges.

Tal vez fuera la Madre Superiora quien dijera ´las alumnas reclaman por el gusto de hacerlo’, y en aquel atardecer de víspera increíble Daniela quince años. Ayer nadie la vio, mejor es no hablar de cosas tristes, o ’por algo será’; pero ella no aparece y en herencia de sueño que mantienen las hembras, la cepa de la espera les crece cada hora. Y a viento atravesado o en el mar más profundo, ninguna madre olvida ni un minuto su cría...
Así que pronto anduvo Alicia por la Plaza de Mayo y de blanco pañuelo en la cabeza, junto a otras apretadaS del brazo afirmando el mandato de la sangre. En ellas no valen cobardías ni palabras menores y recorren la Plaza sin el mínimo rezo, contrariando amenazas milicas o la cobarde frase ’yo no me meto en nada’. '¿Qué quieren esas locas desvelando a la gente que desconoce culpas?' - aullaron los 'valientes diarios de la patria' y otros palabreríos anunciando que nada sucediera. Pero, ¿hijos de quienes fueron los muchachos sin rastro tras letales pinchazos y tirados al río?
Daniela no aparece y ni recuerda Alicia cómo aprendió a llorar en tono bajo sin inquietar los ruidos de la calle. Alguien se ha detenido pero sigue en la noche, el resonar de un timbre solamente es deseo y los autos que pasan se llevan la noticia, en tanto para Alicia no es verdad ese sueño de monstruos asesinos y sellados cuarteles.
No regresa Daniela y Alicia carga entero su fusil de recuerdo. Con proyectil de tiempo ella orienta su búsqueda, si nada más que el aire con su manera antigua puede contar la historia sin rendirse un instante. Y a pesar de todos los pesares Alicia imagina a cada rato el rostro de quien robó a su hija; y lo trae de ida y vuelta con la furiosa pena de no olvidarlo nunca. Porque al fin, distraído en menesteres del cielo y esas cosas anduvo dios por esos días, sordo ajeno al minuto cuando Daniela quince años, de los pelos y en andas entre voces de mando y brutal reglamento, derrumbada en un piso de orín y violaciones. Y ha de seguir Alicia requiriendo a quién confió dios conducir la manada...
Pero cada pregunta clavándose las uñas ha sido derrotada de tanto preguntarse. ¿Quién dispuso que Daniela quince años no volviera a decirle que unos tipos de anteojos apagados por cumplir unas órdenes bestiales, la arrastraron y luego lo demás igual de miserable? Hoy Daniela no está y Alicia plancha su pañuelo. Ya vuelta de los años sin consuelo anda su pena visceral contra las voces muertas de los comunicados. ’Señoras, investigaremos hasta las últimas consecuencias’ y otras jaranas que tanto han divertido a tipos de uniforme y de sotana. Pero Alicia pervive, ya sabe quién amenazara ’las alumnas no deben reclamar ni sonreír a destiempo’, infamia que también le duele cada hora. Y el nombre de pretores de astrales intereses al ordenar ’ni una sonrisa adolescente puede quitar al rezo de su sitio’; y más tarde Daniela aullara en medio del tormento.
Han de seguir el sol clareando grises y el perfil del jazmín bajo la lluvia; nadie esquiva el fusil de la memoria aunque cambie su aspecto cada día. Sólo algo no existe, es el olvido, y el aire prosigue su relato si Alicia plancha el pañuelo que llevará a la Plaza.


APARICIÓN DE LA OTRA.

Aquel viernes la mujer cerró su estudio contable y viajaría a la costa sin manejar su auto. Ya saliendo de Buenos Aires en el último asiento de un ómnibus, a media tarde presintió el fin del verano. Ella andaba cerca de cumplir cincuenta años, temible divisoria entre mujeres, y aquello también rondaría la inevitable discusión que tendría con su marido en la casa de veraneo. Algo nada agradable.

Unos futbolistas en los asientos cercanos quizá le aturdirían el viaje pero el hombre a su lado, sobre el pasillo, le sonrió que los muchachos viajaban cerca y le ofreció acomodarle el bolso en el portaequipaje. ‘Sí, gracias’ dijo y no sospechó nada en la tibia demora sobre su mano. Por una hora larga fueron cambiando frases de ocasión: ella habló de su hija de veinte años y no mencionó estar casada con un político ‘siempre en campaña’, y el hombre, algo menor, reconoció ser un perpetuo viajante ‘por ahora en seguros’ y divorciado hacía mucho tiempo. El ómnibus iba a buen ritmo hacia cuando el día cae plomizo sobre el campo, y al descender el grupo futbolero y acallado el murmullo, los dos quedaron en el último asiento lejos y apartados del resto.

Al rato y tal vez no de improviso, el hombre le tomó una mano con decisión y le habló sonriendo ‘al fin solos’. Acaso ella fingió distraerse pero más bien nadie vería cuando él musitó ‘permiso’ al quitarle los anteojos. Ni apenas atinó al usual ‘¿qué hace?’ sin convicción al ablandar los labios al imprudente beso y como si obrara por reflejo, aflojó una mano hacia el pecho del hombre debajo la camisa. Se apartaron a mirarse en los ojos y ya retomaron el juego que les conmovería más allá de la boca, creciente impulso tras ocultos fervores que refrena la especie. ‘Nuestra pasión también somos nosotros’, le recordó esa otra mujer que contuviera ella.
- Carlos- pronunció él al separarse y rozar suave sus ojos con dos dedos.
- Daniela- pronunció por primera vez en tanto él ambulaba su mano infructuosa en destrabarle un cierre. Y de haber sabido eso, la otra, Daniela, hubiera vestido una falda liviana en lugar de ese incómodo pantalón vaquero, sonrió…

Bajaron en el primer pueblo y entraron a una hostería donde él solía dormir. Sin demasiado preámbulo, en la habitación Carlos se adelantó a moderar el agua para bañarse juntos y al quitarse íntegramente la ropa, ella se alegró que ‘la otra’ le dispusiera esa libertad. Y juntos derivaron a linderos con incitaciones que en sus sueños ella anhelaría traspasar. Sin apremios cada uno ahondaría la intimidad sin límite o precepto, hasta culminar en el primer temblor tan ajeno a misa y confesiones, y gloria de compartir aquel desborde entre desconocidos.

Desde empezar el viaje hubo horas en un tiempo sin medida relojera, y no por ser llamada diferente se sintió feliz. Ella o aquella imaginaria recién aparecida, amada con la intensidad que prometen los sueños, se convirtió en hembra plena con más gemidos que palabras en aquel regodeo de explorar socavones de su cuerpo. Y quizá tan sólo descubrieras eso, le diría Daniela…

Al anochecer pidieron algo de comer, coincidieron en dos copas ‘del mejor vino blanco frío’ y charlando con alguna ternura al paso, se durmieron. Tal vez abrazados por un rato. A la mañana el hombre prometió ver a un cliente y volver pronto, la besó al salir y le puso en la mano sus datos y teléfonos ‘por cualquier cosa’. Ella dobló la tarjeta sin leerla y al verlo irse la dejó por ahí. Después recompuso su maquillaje, acomodó sin apuro el bolso de mano y dejó la habitación.

- ¿A qué hora hay micro a Buenos Aires? –preguntó.
- En veinte minutos – le dijeron. Así que tuvo tiempo para un jugo de fruta y subir al ómnibus que llegó puntual. (enero 2010)


EL IMPERDONABLE DOCTOR TALCAHUANO.

Acaso por vivir su niñez entre tías de llevarlo a misa los domingos y otras desechadas costumbres, aunque fuera un especialista en asuntos de familia al doctor Talcahuano las mujeres le alteraban el ánimo. Exitoso profesional que al ir engrosando sus ingresos como abogado y ya casado con Silvia, contrató de secretaria a Lorena, divorciada de treinta y cuatro que de tan segura y eficiente, no admitió encamarse con él en la hora del almuerzo. ‘¿Pero cómo? Esa habitualidad es de rigor entre nosotros’ le anunciaría un colega, pero también por cosas habituales su esposa y Lorena, su empleada, cada tarde más charlarían por teléfono y según los códigos mujeriles fueron ganando espacio, sin aviso las dos decidieron juntarse a tomar un té. Ya en el primer encuentro que repetirían cada tanto, hablaron de amoríos, desencantos, arrimes en lugares imprevistos y al pasar, Lorena deslizó su amistad con otra adolescente cuando viviera pupila en el Sagrado Corazón. Un renglón que sin esperarlo entusiasmó a Silvia, 'contame más, eso debe ser apasionante', siguieron confesiones que cambiarían la inicial formalidad y al despedirse admitieron, entretenidas en mirarse, compartir el anuncio de un secreto. 'Somos tan pacatas que vivimos ocultando', se animaría Silvia; Lorena la miró humedeciendo los labios 'depende de la otra persona' y se despidieron postergando palabras. Unos días más tarde en el mismo bar, se distrajeron en rozarse las manos al juntarse. Silvia pidió un whisky y Lorena una copa de vino blanco; la charla andaría nuevos carriles y el mozo por un rato ausentaría su mirada. Acaso cuando alguna de las dos repitiera 'me gusta estar con vos' convinieron reunirse más tranquilas y secreto decretado. .

En el pequeño departamento de Lorena anduvieron al desgaire y luego de preparar café, se acercaron a ver decaer la tarde, sin hablarse. Los pocillos en la mesita baja se irían enfriando, el venidero paso no era fácil y al arrimarse Lorena se recogió el pelo con las dos manos. 'Estoy algo nerviosa' alcanzó a pronunciar Silvia y un beso temeroso las conmocionó; ya el temblor de las anunciaciones se adueñaría en tanto afuera ya el atardecer era un fulgor opaco. Las manos se animarían a recónditos sitios, y al destrabar breteles y desechar encajes llegaron enlazadas al insondable milagro de algarabía, se dijeron más tarde.

¿Qué pasiones postergadas las enamoraron para que ‘estas dos locas se fueran a vivir juntas’?, - se preguntaría el abogado Talcahuano uno meses más tarde cuando su esposa Silvia le dijera ‘lo nuestro se acabó, Facu. Aquí termina’. Aunque acaso para él la desdicha mayor que su derrota catedrática, - no hallar jurisprudencia adecuada, como abandono preterintencional o tesis parecida- fue la bestial vindicta varonil de sus colegas. 'Pero doctor, ¿cómo dejó que las dos minas lo cornearan en un solo acto y al mismo tiempo? Eso no es profesional y nos hace quedar muy mal a todos'. Pero claro, al doctor Talcahuano las mujeres solían alterarle el ánimo…


GUARACHA AL CORAZÓN.

Esta noche en el Queens cantará Paquito, Rey de la Salsa, se alegra Juana y contonea ante el espejo sus rotundas tetas tucutum tum tum, y rebusca la ropa de atender en su ‘apartament’ diminuto pero en New York, que no era poco. Y en aquello de aguardar a un cliente; admirador amigo; calza sus medias negras, corpiño de sólo encaje y jubón de satén que permitiera ver y calentante, tacones sin pulsera de quitar fácil y bailar descalza que así es el juego. Y en meneadora soledad de pelearle al duro frío de invierno se alista la Juana a puro tucutum tum tum de cuerpo entero, que tan bien luce.

Buen fin de semana se le ofrece; quizá caiga nieve en la ciudad y ella se apresta en atender al viejo Robert, infaltable si ya anunció caballeroso que vendría y él, espectador dos veces por semana de su guaracha calentona, es de cumplir horario y paga por contemplar a pleno su cuerpo categórico. Eso que se mira y no se toca disfruta el Robert, sólo desnudez cien dólares cada martes y viernes, que por más yanki ingenuo y frío según dicen de los yankis, a él le alegra el alma el tucutum tum tum de la guarachera Juana. Y hombre maduro exhausto de lengua afuera al subir los cuatro pisos, cuelga su chaqueta en el asta de una silla y vuelca sobre la cama desbrozando bragueta en un ejercicio ejercitado. Para fingir mirar el techo, que ya la Juana se pegó el enjuague de axilas propio a mexicana de sudor caliente y principia el ritual de calentura. ‘Y mira chico’ le dice en español y acerca y retira según le enseñara su abuela la putanga.

Juana se contonea a racha en lentitud, entorna los ojos porque su fantasía sirve en la ceremonia, y bien recuerda que anoche tanto la complacieron con las adulaciones en ‘El Patio’, donde de nuevo actuará el Paquito y a ella la endulza esa compatriotidad latina donde saben que ‘la Juana es hembra modelo de la publicidad’, y que su inglés hasta suena neoyorkino. Si para ella veinte es ‘tuani’ y ciudad se dice ‘cery’; aunque no logre su legal documento, a pesar de ser hembra afilada por muchos que cada noche convierten su trago en imperioso semen que le darían a ella, cada minuto más hermosa según los tragos de madrugada. Aunque los tipos sepan que no vale pasarse de manos con la Juana, ni la menor corajeada latina de ninguno…

Y ya vamos mi veterano Robert quietecito a recuperar resuello y fingir mirar el cielorraso que la Juana ya tucutum tum tum bien cerquita y limitado atuendo hace lo suyo. Proscenio de cuatro paredes y dos espejos más esa cama que con Robert nunca usara, meta y dale tucutum tum mimbreando su lenta guaracha con el saliente culo juvenil que contoneado es infalible. Y Juana tan sabedora se apoya de revés en una silla y al elevar de cóncavo despliegue su trasero la va luego de piernas largas a favor de oscuras transparencia. Y vaya de a poco tembleque tucutum tum tum con sus soberbias tetas ‘que la candela le baja de los hombros a esta niña’, se decía su abuela al entrenarla.

Ella, íntegro fetiche exclusivo para el bueno de Robert y venga Juana humedeciendo su boca coloreada por Dios para la eterna tarea de calentar a un macho; eso, que el hacerse mirar es oficio del cielo y mientras sudan obreras malpagadas o sirvientas a miserable precio, lo de Juana es virtud de hembra elegida. Codiciada al demostrar en tumbeos de guaracha tucutum tum tum, que nadie aprende en la primer encamada y cada oficio requiere requiere darle tiempo. ¿Y qué nombre daría Juana a ese hombre que la mira queriendo dormirse y amanecer con ella entre los brazos? Pero a no distraerse en aquello de ir perdiendo su poca ropa en danza lenta, prenda a prenda quitando breteles que la embretan, muévete pez perca percanta desbrozando escamas del misterio que le enciende calenturas a cualquiera con sólo imaginarte, Juana. Así que sigue bailando que en horitas ha de llegar la noche ya la verá el Paquito, Rey de la Salsa, que también prometió documentarla y jamás pudo, se dice al soltar al aire su corpiño y el viejo Robert en la cama de mirada fija y un hilito de baba, en tanto le guarachaba tucutum tum tum recibiendo la visitación de los caprichos compadres. Pero con todo, no es fácil entibiar el Village a puro contoneo.

- Siento frío, Robert. – cortó Juana su danza a pelvis descubierta y al vestirse descubrió una mano crispada del hombre en la camisa. Su guaracha tucutúm tum tum hizo lo suyo pero el buen Robert, inmóvil, era un yanki correcto de no fingir caerse muerto en un cuarto piso sin ascensor.Y cuánta complicación Juana, justo un viernes que podría nevar en New York y por ahí actuaría Paquito, Rey de la Salsa.


MADRUGADA DEL DESOCUPADO.

Con mis bolsillos llenos de fósforos gastados y otro fin del verano sin conocer el mar, remonto el tenso barrilete de la noche. Vago hastiado de ómnibus errantes en la madrugada y de miradas sin novedad ni asombro, soy esa sombra que ambula intuyendo soledades detrás de las ventanas. Misterios silenciosos boca arriba y el indomable insomnio de buscar algún dios de cielorraso.

Hoy ya sin trabajo arrastro dolorido mis raíces, retazos que vienen en la sangre, cierta traición diminuta y cotidiana más los ‘te quiero’ supuestamente eternos. Ya resulta improbable que la gracia divina secunde mi camino, y así deambulo este tanguero juego de caminar silbando, sin más anhelo en esta noche dura y sin renglones de algún recuerdo bueno. Y cuando el amor anda solo por la noche, más presiente caricias detrás de las ventanas y los humores desbocados del instinto.

Sin rumbo y desolado, cargo con la ausente mirada de otros ojos y esa pequeña muerte que ronda al solitario. Intuyendo detrás de cada ventana los pechos anhelantes, deseos humedeciendo bocas y el ferviente incendio de cuerpos que se aman y se inmolan. Es que la procreación, sin darnos tregua, se aparea al placer que vale doble si con él abatimos las soledades mutuas; sólo el amor conjura si ejerce la alegría desgarrando las sábanas…

Han de ser ya las tres y al amanecer no habrá tarea que señale mi existencia en el mundo. Pronto la estación ha de quedar vacía y aunque el banco del andén es harto duro, los guardias de los trenes simulan no mirarme. (dic.2009)


PASAJEROS DEL MISMO VIAJE.

Dos hombres repitieron durante años sus viajes en el mismo tren, con salidas seis en punto y llegadas seis y quince a Constitución. Quien ya venía sentado leyendo era un empleado de Tribunales conocido por jueces y secretarios, que sonreía para sí al ver en el diario algo que trabajara en su escritorio. El otro, que suponía ‘este viene desde Temperley, tan cómodo’, viajaba de pie sobre el pasillo y era el padre de Jorgito; un pelo corto que por la tarde tecleaba escalas en el piano, aún lejos de Bach y de Clementi. El de viajar sentado pensaría que el mismo horario los igualaba ante las arengas del ministro de economía, ocultas amenazas oficiales y paros sorpresivos que engrosaban la charla de cada cual en su trabajo. Palabrerío donde después de ‘todos los días una huelga, qué barbaridad’ llegaba el irrisorio ‘este país necesita alguien que mande’; aquel aliento a comunicados militares, recomendaciones de uniforme con fuerza de ley y la bendición de dios para proteger la patria. Y cuando el calor renacía el yuyal entre las vías, ellos dos no se cruzaban en tanto sus vacaciones no coincidían.

Por los años setenta Jorgito, que ya era Jorge, consiguió trabajo como pianista y aquel verano sus padres se lucieron diciendo ‘sí, anda por la costa haciendo baladas, rock y esas cosas. Le va muy bien’. Y al retornar en otoño usando barba y un lenguaje enrevesado, ‘este Jorgito’ los preocupó. De pronto entre armonías de Bela Bartok y desenfados del Jazz Quartet, se trenzaría con sus nuevos amigos en descifrar el compromiso social del canto y si la música era el arte de apasionar la política. O cosas así.

Los dos pasajeros imaginarían al otro; trabajos, mujer, hijos; y también los acompasaba la idea sigilosa de la jubilación. Cierta vez hasta compartieron un asiento sin hablarse, pero de tanto Lanús a las seis y en quince minutos terminal Constitución, irían opacando trajes y corbatas y sospecharan los arpegios de lluvia tras el vidrio. Eso sí, sin dejar de apreciar a las muchachas volviendo del verano piel caoba, aquel tren a tren tiempo a tiempo les cambiaría el paisaje sin notarlo.

Jorge sin más noticias se fue convirtiendo en un sollozo perpetuo de su madre, ‘dios quiera que por la música haya viajado lejos’, al tiempo que el empleado de Tribunales iría sabiendo de invisibles tratantes en negociar hijos de personas asesinadas. Desaparecidas. Y tantos ‘vaya uno a saber’ farfullados en pasillos y mingitorios del Palacio de la Justicia. Igual, por los noticiosos litigarían generales contra brigadieres por más incienso en la iglesia, sin confesar el sitio de ningún oculto cementerio.

Y pasados ya más de veinte años, cierta vez entrando a la terminal algún muchacho revoleó unos volantes y saltó a correr por el andén. Mirándose a ráfagas ambos leyeron algo del hambre y el gobierno usurpador y al bajar del tren, quizá elevaran las cejas conviniendo. .
- ¿Qué le parece si tomamos un café? – dijo uno sintiendo continuar un diálogo anterior.
- Por supuesto. Después de tanto, ¿quién nos puede reclamar por llegar tarde? (abril 2010)


EXPERIMENTO.

Sin que haya algún posible que pudiera evitarlo, el sol despierta y anda sin pausa ni demora. Su átomo de eternidad le corresponde.
De esa lumbre reciente que atenuó el horizonte, el mismo sol opaco en la alameda ya se entrega al designio de la tarde.

Las luces y la noche son formato de tiempo. Un impulso incesante sin pactos ni retrasos. Nada apremia su espera. Lo perpetuo es latido riguroso y el día volverá, qué duda cabe, pero anhelos constantes acrecientan la tarde.

Si muere un pibe de hambre cada cinco segundos se agotaron los dioses de leyenda y milagro. No más sermón errátil de compartir los panes
si muere un pibe de hambre cada cinco segundos. El perjurio de magias y cielos del arcano, son antiguos borrones caídos en desuso. La continua derrota de esperanzar la espera.
Hambrientas multitudes sin hallar pertenencia, príncipes sonrientes al temblor del vencido, patrones de la tierra y burlas del Poder son siglo veintiuno.

De persistir sin cambio el peso de los cuerpos, el aire que se eleva y otras físicas claras, es frívolo joder a nuestra especie a toda hora. En cuanto si todo es un incipiente ensayo, - acaso experimento- es hora de avisarnos.
Y digamos también, sólo para saberlo. Agosto 2009.


ENSAYO:

EL TANGO LLEGÓ A LA ARGENTINA DESDE ANDALUCÍA.
(Y cuánto contradiga eso, es probable).

Una idea difundida sobre el origen del tango sostiene que nació sin letras por 1880, que deviene rítmicamente de la habanera cubana y que luego, al recibir ‘letrillas procaces y prostibularias’, se iría transformando con giros a veces enriquecedores y otras transitorios y olvidables . Así sintetizado, los primeros tangos de difusión popular fueron expresiones bailables, sin canto, y que entre 1890 y 1900 fue incorporando letras picarescas y lunfardas de las que se guardan aún registros. Tal vez esto no sea muy incierto pero el concepto pertenece a una línea que por décadas ignoró un aporte ciertamente esencial; la raíz andaluza mostrada en los primeros tangos; tan evidentes en los de Angel Villoldo, autor fundacional de esa música y cuya obra más destacada se diera a inicios del siglo veinte. Aquel razonamiento inicial, también, creyó inseparable al tango del lunfardo, esa jerga o código entre dos para que no se entere un tercero, que al fin resultaran dos expresiones culturales independientes; más bien dos absolutos perfiles argentinos potables y libres de la colonia, que bien entrado ya el siglo veintiuno sostienen cierta identidad de nuestro pueblo.

Sin fervores ilimitados, digamos que el influjo del tanguillo andaluz y el aporte sentimental del fado portugués, - este poco considerado pero evidente- son ineludibles a la hora de interpretar el origen del tango, una expresión musical incorporada al modo esencial de generaciones de argentinos y que aún persiste.

A pesar de no ser al principio un género cantable, ya por el año 1811 aparece una copla entonada por los combatientes de Cádiz ante la invasión napoleónica: ‘con las bombas que tiran los fanfarrones se hacen las gaditanas tirabuzones’, a propósito de las bombas francesas que no estallaban. Y aunque no perdure su línea rítmica, refiere el especialista Roberto Selles en Las Primeras letras del Tango, que la milonga siempre fue ‘una especie musical surgida del canto, como sus antecesora, la guajira flamenca’, en cuanto ‘milonga’ es una voz del Quimbunda, un lenguaje de los negros del sur de Brasil que significa ‘milonga: muchas palabras, palabrerío’. Que hoy decir ‘déjese de tanta milonga’ expresa categóricamente ‘por favor, no hable de más’; un dato acaso prescindible pero que enlaza con que las primeras guajiras acriolladas entonadas por los porteños eran letrillas andaluzas de mala intención o de carnadura prostibularia. En 1857 se estrenó en el Teatro de la Victoria de Buenos Aires, Tomá mate, che, del español Santiago Ramos, que aludía al hábito criollo de tomar mate y por ahí decía ‘me dijo un moza al verme, este porteño me mata. Tomá mate, che, tomá mate, que en el Río de la Plata no se estila el chocolate’.

Más adelante, 1868, aparece el primer tango que dicen se oyera en Argentina, El negro Schicoba, de José María Palanzuelo, organista de la Catedral de Buenos Aires con letra de Germán Mc.Key, un actor panameño, y es una canción andaluza con aire muy juguetón que decía ‘un tango cara cun tango, un tango cara cun té, dame un besito mi negra ahora que nadie nos ve’. Otro estudioso, José Manuel Caballero Bonald, en su obra Danzas Clásicas Españolas de la escuela Antigua, habla entre otras del ´bartolo’ o ‘bartolillo’, y los versos identificatorioa resaltaban ‘Bartolo tenía una flauta con un agujero sólo y su madre le decía, tocá la flauta Bartolo’. Esto en Uruguay se adaptó en milonga y en Argentina, además de otras varias, se cantó como tango ‘Bartolo dejó una mina, yo no la quiero dejar, porque me calza me viste y me da para morfar’. Anteriores a este ya existían otros tangos andaluces que se acriollaran marcados con el ritmo de la habanera cubana, como el “Queco”, sinónimo de quilombo, que cantarían las tropas del general Arredondo por 1875, antes de la batalla del Quebracho: ‘Queco vení pal hueco, Queco, te tengo que hablar’, prolongado en su primera memoria como una expresión de tango compadrito. Por 1881, en Colección de Cantes Flamencos, de Antonio Machado y Alvarez, se menciona El Tango de la Casera, que los porteños convirtieron en Tango del Recoletero aludiendo a quienes participaban de las romerías de la Recoleta o del Pilar; reuniones de familia dl día que por la noche era concurrido por algunos bailarines de tango. El ya mencionado Angel Villoldo, - que fuera el primer autor profesional de tangos en cuanto los demás lo ejercían sin mucho rigor musical- tomaba de base al tango andaluz y al cuplé. Por ejemplo La Morocha, su tango más renombrado y difundido internacionalmente, que escribiera en 1905 sobre música del pianista Enrique Saborido, es decididamente un cuplé, concebido para ser cantado por la española Lola Candales, quien junto a Saborido actuaban en un cafetín de la calle Reconquista en Buenos Aires. Por 1906 Villoldo compone Cuidado con los Cincuenta, otro ingenioso tema por su construcción musical y fuera grabado por muchas orquestas modernas pasado más de medio siglo. Ese tema, por su argumento y el modo de contarlo era un indudable tango andaluz: ‘una ordenanza sobre la moral decretó la autoridad policial, y por la que hombre se debe abstener decir palabras dulces a una mujer. Chitón, que al que se propase cincuenta le harán pagar’. Además del reconocido Cuidado con los Cincuenta quedan otros rastros del género chico español en los compadritos de Villoldo: ‘aquí tienen al torito, el criollo más compadrito que pisó la población’, hoy mismo suena divertido y zarzuelero. Y sin ningún ánimo crítico suponemos que este autor, Angel Villoldo, no tendría noticias de la opinión que Domingo Faustino Sarmiento publicara en su Facundo, Civilización y Barbarie por 1845: ‘en Buenos Aires sobre todo, todavía está muy vivo el tipo popular español, el majo… todos los movimientos del compadrito revelan al majo; el movimiento de los hombros, los ademanes, la colocación del sombrero y hasta la manera de escupir entre los colmillos, todo es de un andaluz genuino’. Una muy aguda observación de Sarmiento no muy concurrida al menos en el ámbito de la tanguería.

Lo mismo, en más de cien años de existencia el tango tuvo transformaciones en su ritmo así como sus letras llegaron a influenciar toda literatura de los argentinos. Hoy mismo, los escasos nuevos tangos mantienen la distintiva argumentación ‘de lo personal a lo social’, y su construcción musical profundizó una tendencia a ser música de cámara por su mayor elaboración armónica y apta sólo para solistas cada día más aptos.

Tal vez todo eso geste interpretaciones que no le quitarán el carácter argentino al tango, ya advertido por Jorge Luis Borges por 1930 al opinar sobre la calidad literaria de sus letras: ‘de valor desigual ya que proceden de plumas heterogéneas, las letras de tango que la inspiración o la industria han elaborado, integran un inextrincable “corpus poeticum”, que los historiadores vindicarán. Es verosímil que hacia 1990 surja la sospecha de que la verdadera poesía de nuestro tiempo no está en La Urna, de Enrique Banchs ni en Luz de Provincia de Carlos Mastronardi, sino en las piezas imperfectas que se atesoran en El alma que Canta. Y se refería Borges a una popular publicación semanal que difundía las letras de los nuevos y viejos tangos, agregando luego ‘esta suposición melancólica o una culpable negligencia, me ha vedado el estudio de ese repertorio caótico’. Una irónica reflexión en alguien como él, indudablemente argentino, que hubiera merecido un debate mayor entre nosotros, y que quizá no encaramos por esta tendencia nacional a mantener vigentes nuestras contradicciones. (dic.2009)

EL COMPADRITO BORGES

Al referirnos a uno de los exponentes más serios y representativos de nuestra literatura, podría decirse que por cierta costumbre típicamente argentina, por mucho tiempo Jorge Luis Borges fue ignorado y desapercibido. Acaso al insistir desde Europa por su importancia poética y narrativa reconocida y difundida por el crítico francés Roger Caillois, según muchos su descubridor, en Argentina también fue reconocido en su mejor dimensión. En verdad sin fijar esto como una certeza, algo parecido nos sucedió con Carlos Gardel, considerado un cantor popular más y luego resultara una valiosa personalidad cultural de los argentinos; y hoy tanto Jorge Luis Borges como Carlos Gardel son innegables exponentes de esta comarca. Sin discutir si fueron publicitados en el exterior y luego descubiertos aquí, igual aconteció con Julio Cortázar y Astor Piazzolla como si fuera primordial la aprobación externa para valorar mejor lo propio. Y de cualquier modo Carlos Gardel y Jorge Luis Borges valen por ellos mismos sin ninguna polémica provinciana.

Podría apreciar como lo más interesante en Borges desde el punto de vista literario, es que ‘él escribía como si estuviera escribiendo’, sin sentirse presionado en su propio un juego donde casi siempre usaba la complicidad del lector. Una complicidad nada fácil sino más bien lúdica de bromear con él mismo y los demás. A Leopoldo Lugones, por ejemplo, un referente literario obligado entre nosotros, él lo definió como ‘un hombre que se tomaba demasiado en serio’. Algo nada casual.

Por otra parte, podría decirse que la veta fantástica de Borges no le vino desde la literatura sino del propio país. Como un indudable argentino que era, la inflexión y modo al decir lo hacen el escritor nacional por excelencia. Tanto que al leerlo en voz alta; un buen ejercicio; se lo puede imaginar acercados al fogón en una cocina del campo, diciendo ‘vea don, yo le voy a contar, esto sucedió cuando fuera la crecida grande del noventa’ o algo parecido. Cómodamente él podía empezar a relatar así y en un país como la Argentina, poblado por lo europeo, que casi no tiene jungla y sí una geografía transparente; un país casi sin literatura rural, reducida a tres o cuatro obras, lo ‘nacional’ deviene más del modo de contarnos que de lo temático. Y no es extraño que la escasa literatura rural argentina nos sugiere lo misterioso o enigmático de un país selvático. Acaso por eso Borges nos entrega detalles técnicos muy valiosos: no se distanciaba del texto según hacen los narradores para no involucrarse ni esquivaba usar la primera persona y con ella daba su opinión. Un recurso que se aprecia en su ‘Hombre de la Esquina Rosada’, en el relato impersonal según el Juan Muraña o en la llana la forma coloquial de la milonga Jacinto Chiclana: ‘me acuerdo fue en Balvanera en una noche lejana, que alguien dejó caer el nombre de un tal Jacinto Chiclana’. Y esa sencillez intimidante a veces lo repetía en el trato personal y en mi caso, comencé a verlo como un compadrito inconcluso, frustrado, y a rachas, un payador de boliche. Una idea que me indicó escribir algo de ‘un tal Borges, el Inglesito, aquel payador que supiera contrapuntear por milonga en un boliche de Turdera’.
Eso que no vendría, pero al entrar en confianza Borges era un porteño sobrador y canchero, según conversara con él en 1970 y años más tarde. Por 1970 él todavía se animaba con algún detalle ingenioso; sin ‘ingeniosidad; esa malversación del ingenio que cae en la ramplonería’. Solía bromear con él y otros escritores casi sin piedad: de Federico García Lorca sentenció que era un ‘andaluz profesional’, una feroz ‘cargada’ de porteño, aunque al mexicano Alfonso Reyes lo solía recomendar: ‘si quiere escribir bien en castellano debe leer a Alfonso Reyes’. Además era un incansable corrector – ‘hay que publicar para no seguir corrigiendo’, y la palabra ‘trinchante’ en dos ocasiones muy precisas lo habían confundido. Decía que los mexicanos al sitio de guardar las copas lo llamaban ‘trinchero’; y esa palabra lo disgustaba. Luego en el cuento ‘El Muerto’ dice ‘hay un remoto trinchante con un espejo de luna empañada’ y en ‘El Aleph’ fue y vino varias veces, decía, con ‘Beatriz Viterbo, frente al trinchante’ hasta decidir ‘Beatriz Viterbo de perfil en colores’ y a otra cosa. Además, su cuento ‘Hombre de la Esquina Rosada’ conoció una especie de crónica policial en el suplemento de Crítica, ‘Hombres Pelearon’, y luego otra anterior al cuento definitivo. Fue un entusiasta de la corrección.
No pocos vieron en Borges a un ingenioso escritor, pletórico de argumentos perfectos, y sin embargo la frescura de su literatura pasaba más porque él se divertía escribiendo. Y sería bueno releer lo su trabajo junto a Adolfo Bioy Casares con el seudónimo H. Bustos Domecq, ‘Seis problemas para Don Isidro Parodi’. En ese libro estupendo, escrito ‘en complicidad’ por 1942, insinúan una broma futbolera, seguramente urdida por Bioy, y una vez al comentar eso Borges fingió sorpresa y se sonrió. En el libro un personaje, Honorio Bustos Domecq dice ‘durante la intervención de Labruna, fue nombrado primero Inspector de Enseñanza y después Defensor de Pobres’. Esto estaba escrito en el año ’42 cuando el River Plate fuera campeón y ellos escribían por Vicente Casares escuchando la radio. Borges nunca fue futbolero y tomar a un locutor diciendo ‘brillante intervención de Labruna’, se lo endosaba a Adolfito Bioy Casares. En otro cuento de ‘Seis Problemas’, alguien nombra las figuras del zodíaco y don Isidro Parodi le pide decirlas al revés: en vez de Toro, Roto, o por Carnero, Ronecar, y Borges confesó que dar vuelta así las palabras ‘no era chamuyar al vesre’, una frase que acrecentó nuestra confianza.
La primera vez hablamos por 1971 o 1972. Yo colaboraba con una revista literaria de Lanús, ‘Ateneo’, y por eso y otros asuntos iba muy seguido a la Biblioteca Nacional, en la calle México, que por entonces él dirigía. Había gran fervor por el retorno peronista y José Edmundo Clemente renunció a la vice dirección. Ahí actuaban tres delegados gremiales muy jóvenes, con las banderas de la transformación necesaria al país y otras apoyaturas. Un señor Zolezzi y otro empleado, Amón, solían contar que sin estar Clemente los delegados pidieron audiencia y los atendió Borges. Los muchachos le plantearon cosas tipo ‘hagamos la revolución’ y muchos creyeron que Borges se aterraría, pero más tarde él mismo le dijo a Zolezzi ‘hay que atenderlos a estos muchachos; yo estoy de acuerdo en muchas cosas con ellos’. Algo asombroso para quienes veían en Borges a un reaccionario absoluto, y esa tarde se habló bastante que por cierto que él se mandaba alguna opinión retrógrada cada tanto, pero en su obra jamás descalificó al orillero ni al gaucho, al negro o a los laburantes. Y atención que los escritores deben calificarse por su obra, y más aún, por lo mejor de la misma.
Por entonces el despacho de Borges de la calle México estaba en el primer piso y él subía por el ascensor. Al lado de una dependencia oficial, creo de la prefectura, había una casa de inquilinato; un “convoy” típico de Montserrat o San Telmo. El algún mediodía de verano Borges escuchó que abajo, en el zaguán del inquilinato, alguien trataba de tocar una milonga en su guitarra. Zolezzi le preguntó si debía cerrarle la ventana y él le contestó ‘no, es linda la milonga. Ojalá el hombre no la aprenda nunca y la siga tocando’. A propósito de esto, Borges tenía una idea de la milonga taconera, retrechera, muy propia de loa años diez al veinte, y no la versión nostálgica que adquirió la milonga más tarde. Igual con respecto al tango él tenía la lógica de los argentinos de Buenos Aires, hablar de su época de oro negando las transformaciones instrumentales y el cambio de gustos, por ejemplo, de Astor Piazzolla, Tanto que en una reunión alguien con una guitarra frente a Borges y este muy cansado de hablar el Papa como un funcionario de la iglesia que enojó a dos o tres, el guitarrero entonaría la milonga de Jacinto Chiclana y le preguntó a Borges si recordaba al autor de la música. Y el viejo muy molesto respondió ‘no sé, me parece que fue Guastavino’, evitando nombrar a Piazzolla, el autor. Eso le afirmaba su adhesión bucólica a los tangos del año veinte.

En su literatura existe una etapa criollista y otra más cosmopolita, pero aunque notara ciertas exageraciones del criollismo, Borges jamás dejó de serlo. Al preguntarle si Macedonio Fernández tocaba la guitarra, él respondió lo esperado: ‘le gustaba afinarla y sacarse alguna foto con ella, pero nunca lo escuché tocar’. Y a propósito de Ricardo Güiraldes contestó ‘sí, Güiraldes tocaba la guitarra porque creía que con eso defendía el criollismo’ De igual manera rechazaba a las ‘chinas’ bailando zambas vestidas de celeste y blanco, que entendía una tonta exaltación nacionalista. De la religión repetía ‘mi madre es católica como todas las señoras argentinas, ¿no?’, pero al preguntarle su padre si tomaría la comunión ‘una ceremonia absurda’ él no quiso. ‘Mi hermana tomó la comunión y es católica, yo no y soy librepensador; aunque eso también es anticuado’. Para disfrutar una charla con Borges se debía aceptar sus giros y réplicas que lo divertían; de los marxistas decía tantos agravios como del peronismo y ambos lo acusaron de todo. Pero sin gorilismo barato, a Borges hay que juzgarlo igual que a Gardel y cualquier otro referente de cualquier comarca o país: por sus obras casi siempre inigualables. Sin duda Borges mucha veces provocó la descalificación con su ‘Borges oral’, a ratos propia de un provocador molesto, aunque yo prefiero a un porteño sobrador y canchero que algún boliche como los de mi barrio, acallaría en sus sonrisa cómplice y burlona ‘no me haga caso, señor, estoy hablando en joda’. Pero claro, la barata intelectualidad pseudo elegante del diario La Nación ni el izquierdismo esquemático entrevieron aquel perfil casi sobrador de esos guitarreros de patio, esos de corbatín y saco oscuro, que es la imagen más sensible de Borges que mantengo y ninguna otra.

Jorge Luis Borges fue el primero en decir el compadrito era una invención literaria, y tal vez por esa atracción surgía en él su provocación permanente. A él lo seducían los payadores de boliche, esas andanzas las de los compadritos; una ausencia que confesaba por haberse criado detrás de una cancela colonial, y en el fondo él se burlaba de todo eso. Una vez recordó pasear una noche con Francisco Luis Bernárdez y Carlos Mastronardi por el barrio sur, la Boca, Barracas, buscando algún bodegón abierto para ver esos hombres de coraje, compadritos o cuchilleros, y no encontraron ni un almacén abierto. Y al preguntarle ‘¿al fin que recuperó Borges de ese paseo?’, se sonrió; ‘que hacía un frío tremendo y fuimos tres ilusos fuera de tiempo’. Un carcajada sobre sus propios mitos, como hicieron con Bioy Casares en ‘Seis problemas para don Isidro Parodi’ al pintar unos arquetipos que se habrían olvidado.

Luego de conversar en la biblioteca de la calle México un par de veces por el setenta, recién volví a verlo por julio de 1983. El iría a casa de una escritora amiga, María Luisa Biolcati, y yo fui a la calle Maipú donde vivía. Ahí lo atendía una señora Fanny y fue el mismo día que había operado a Beppo, su gato, que le regalara una familia ‘pero se llamaba Pepo, un nombre horrible. Y yo lo bauticé Beppo, como un personaje de Byron. El gato no se enteró y siguió viviendo’; era algo que solía repetir. Guardo su imagen al salir de una habitación en penumbras y la señora Fanny ayudarlo con la corbata. Iríamos a la calle Charcas, a una reunión donde yo le haría las preguntas y le reiteré mi apellido. ‘Si claro, un apellido italiano, pero también puede haber algo sefardí. Pérsico de Persia’, pero él quería explicarme ‘el mío tiene ascendencia portuguesa. Borges quiere decir burgués’. A muchos los indignaría la frase y pensé “este viejo me está cargando’, pero al fin su estilo incluía a su interlocutor y si uno era un engreído, con Borges perdía por gil.
Ya era un anciano y al leerle yo unos sonetos lunfardos que nombraban a Lenin o Pirandello, me sacudió ‘me parecen de un reo que escribe para intelectuales’; una crítica borgeana feroz….

Algunos periodistas creían que Borges sólo sabía de libros y un periodista le preguntó por el director técnico de la selección de fútbol. El tipo insistió y Borges dijo no conocerlo y se disculpó ‘usted perdone mi ignorancia’. Cualquiera se suicidaría ahí mismo pero el periodista igual que el gato Beppo no se enteró y siguió viviendo. Porque Borges era una persona normal que escuchaba la radio cada mañana. Al preguntarle si Victoria Ocampo era una mujer hermosa contestó ‘no sé, la conocí cuando tenía veinticinco años’. El cholulismo nunca lo imaginaría hablando de ‘minas’, pero lo escuché pontificar que la mujer madura era más hermosa ‘porque la belleza de los veinte es algo mecánica, y a una mujer de cuarenta detrás de los ojos se le intuye la mirada’. O algo parecido, y al preguntarle si lo había ensayado dijo ‘eso y otras ideas las repito siempre’ y se sonrió. Bien calaba la apoyatura de cada interlocutor y como cualquier porteño que se aprecie, lo aterraba el ridículo.

Fue durante años un provocador un tanto gratuito. El ‘Mío Cid’ le parecía una cosa ilegible; del Quijote supo hacer alguna broma pero sin ese libro, repetía, no podríamos entender la historia de España. A Calderón de la Barca lo calificó un invento alemán, de Guy de Maupassant sentenció que no era un cuentista genial y que antes de morir había mejorado: murió loco pero toda la vida había sido estúpido’. Con estas y otras conjeturas Borges llenó varios tomos, bromeando que los españoles hablaban muy mal el español pero lo respetaban ‘porque lo consideran un idioma extranjero’. No pocos entendemos hoy que Jorge Luis Borges ha sido un pilar en la cultura de los argentinos del siglo veinte, y al margen de sus contradicciones, apreciamos sus perfiles nacionales y hasta su radicalidad. Algunos comparan la grandiosidad de Borges con Domingo Faustino Sarmiento, otro titán y fundador de nuestra literatura, pero en un país tan contradictorio como el nuestro los personajes más representativos de nuestra cultura no podrían ser diferentes. Cualquiera puede calificar de contradictorios a Sarmiento, Borges, Facundo, Perón, por decir tres o cuatro, pero así como una vez Borges habló a favor de Pinochet, al enterarse bien que hacía en Argentina el régimen militar de Videla, Massera y esa banda delincuencial, les lastimó con sus críticas publicadas en Europa. En pleno Proceso de los criminales militares ‘nuestros’ él dijo a toda la prensa francesa ‘cuando yo era chico quise ser militar, pero con el tiempo me fui haciendo más cobarde y menos estúpido’ Una verdadera pintura de la Junta Militar para evitar ser utilizado que él hizo sin atribuirse ser el referente moral y ético de la Argentina, un país con líneas ideológicas siempre inconciliables y tensas. Pero Borges opinaba también de temas terrenales y al decirle que el proceso Militar en Argentina pudo ser otra sangrienta interna del peronismo él, Jorge Luis Borges, agregó ‘ese pensamiento es muy coherente, para pensar’. .

Hoy podría suponerse que tanto Borges como Gardel, en esta concentración informativa globalizada hubieran pasado desapercibidos. Sin duda Gardel no hubiera peleado en estos multimedios que mastican y devoran la autenticidad que aparezca. Y de Borges, que jamás fuera un escritor popular por más provocador que resultara, sería difícil vaticinar; por más su excelente Borges oral nunca fue renombrado en la calle y vale preguntarse quiénes son esos escribas… Lo mismo que hay páginas estupendas en cualquier obra de Borges, su ‘Poema Conjetural’ sobre Francisco Narciso de Laprida asesinado el 22 de setiembre de 1829 por los montoneros de Aldao, es una pieza histórica invalorable. En ese poema el escritor muestra su americanismo y por mucho que mal lo acusen, Borges era de aquí.

Algo aparte merecen sus cuentos. ‘El Muerto’ vale en cada renglón y no sólo por su remate; ‘Hombre de la Esquina Rosada’ es una inigualable pintura de una época del bajo Buenos Aires con pasajes geniales: cuando el personaje Francisco Real da un pechazo y atropella a los gritos la puerta del prostíbulo, Borges, el relator que está de espaldas a la puerta, al verlo exclama ‘el hombre era parecido a la voz’. Siete palabras secas para marcar un concepto definitivo del personaje. Esa simpleza demuestra el gran manejo del Borges cuentista, jugueteando casi con sus frases definitivas pero demostración su vocación incansable por corregir. Y hablamos de una generación en la cual se escribía muy bien, aunque en el menester literario no es bueno la sentencia categórica. .Otro cuento, ‘Juan Muraña’, es un enfoque del compadrito y lo desarrolla según el relato de un tercero con una precisión envidiable. En ‘El Muerto’ ubica la acción en San José, un pueblo del Uruguay y en esa pintura casi alardea con el conocimiento de las costumbres. Es que alguna vez en televisión le inquirieron si había conocido algún guapo verdadero y dijo ‘sí, en Montevideo´. Y siguió contando que alguien faltara el respeto a una casa y el dueño, que era un hombre respetuoso pero de acción, le mostró dos cuchillos al ofensor diciendo ‘usted elige’ y ‘¿qué hizo el otro?’ le preguntaron y respondió ‘y qué iba a hacer? Se achicó’; habló sin agregar media palabra en homenaje a la autenticidad que respetaba tanto. Y por su estirpe de tipo genuino y despojado de cualquier empaque, hasta se sonrió al pronunciar ‘sí, creo que sí’, al escuchar de nuevo ’Borges, ¿usted no será un compadrito frustrado?´..

Y bien, por 1983 ya era un anciano en el exilio de la ceguera y del mismo se ocupó cierta gente infatuada de importante en la literatura y sus alrededores. Pero ante su obra literaria sólo vale decir que Jorge Luis Borges fue importante y legítimo de verdad.


______________________________________________________

Nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.
Mail: epersic@ciudad.com.ar
(vínculos para conectar videos)
http://www.youtube.com/watch?v=9XExQJF-Hes
http://www.youtube.com/watch?v=QNJl91C-Gf4
http://www.youtube.com/watch?v=qLkvYyuRXoQ
http://www.youtube.com/watch?v=eP5nL2rYkD4