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"... el bibliotecario protege los libros no sólo contra el género humano sino también contra la naturaleza, dedicando su vida a esta guerra contra las fuerzas del olvido"
Umberto Eco

HOLGUÍN CHAPARRO, Carmen Julia


Carmen Julia Holguín Chaparro

Hidalgo del Parral-Chihuahua-México//Albuquerque-Nuevo Méjico-Estados Unidos


Libros publicados:
* Poemario personal
-A tu prójimo amarás (Universidad Nacional Autónoma de México UNAM, Facultad de Estudios Superiores Zaragoza, 2008)


*Antologías
-Canto a una ciudad en el desierto (La cuadrilla de la langosta, México 2004)
-Letras del desamor y Cuetogotas V (aBrace, Uruguay 2005, poesía y cuento)
-Regalos del alma (Centro de Estudios Poéticos, España 2005)
-Ecografías Septentrional (Chihuahua Arde Editoras, Chihuahua 2005)
-Mujeres poetas en el País de las Nubes (Centro de Estudios de la Cultura Mixteca, México 2005)
-Metamorfosis (Centro Nacional Cultural Hispano e Instituto Cervantes, Albuquerque 2008)
-Agualluvia de letras. Poesía femenina chihuahuense 1930-1980 (Tintanueva, México 2008).
-Desde todo el silencio I, II y III – Los puños de la paloma 2007, 2008, 2009
-Pujo de sangre – Los puños de la paloma, 2009


OBRA

SELECCIÓN NARRATIVA

DESDE LA BANQUETA

Carlitos debió haber pasado frente a mí en varias ocasiones antes de que empezara a fijarme en él, todavía adormilada. Mis ojos se vieron atrapados por su diminuta figura en algún momento que no alcanzo a precisar ahora; en alguna de sus vueltas o en uno de mis regresos en que le ganaba al sueño, sentada en la banqueta de las oficinas del Consulado Norteamericano de Ciudad Juárez, donde esperaba, todavía de madrugada, que abrieran.
Cuando comencé a verlo, observé cómo Carlitos iba y venía de un lado a otro de la calle en una bicicleta negra…una bicicleta igual, aunque no de tamaño, a una que mi madre me regaló cuando era pequeña y que jamás aprendí a usar, incapaz de que avanzara hacia adelante, razón por la cual mi madre terminó regalándola, y quizá, razón por la cual, jamás aprendí a andar en una...Él era chiquito y extremadamente flaco, yo no podía vislumbrar siquiera el pecho que se guarecía en aquella enorme sudadera gris con mangas azules, tremendamente largas.
El terrible frío que yo sentía fue calmándose un poco a medida que el sol fue ganando terreno al avanzar la mañana; así que pude acomodarme mejor en la banqueta para continuar observando a Carlitos en su circular e interminable paseo. Seguí sus movimientos una y otra vez en su continuo pedaleo frente al Consulado: de aquí hacia allá y de allá hacia acá, rozándome -rozándonos- en ocasiones, los pies, cuando el gentío desmañanado y ansioso se arremolinaba en la calle, impidiéndole el paso libre. Creí que de un momento a otro caería de aquel endeble -como él, como yo- vehículo, que el viento, aunque leve, daría con él al suelo, pero Carlitos seguía arriba, pedaleando; sonriendo y pedaleando con una energía que no me parecía que tuvieran sus piernitas, las que más que ver adivinaba debajo del pantalón verde acampanado.
Desde la soledad y el anonimato que compartía con las demás personas alineadas en la banqueta, impacientes ya por entrar a aquella dependencia e iniciar el largo proceso para obtener su visa, vi que Carlitos no miraba a nadie a los lados mientras paseaba. Fijo su mirar en un frente impredecible dejaba que el vientecillo helado de las siete de la mañana le acariciara su rostro eternamente niño y le alborotara el negrísimo pelambre que lucía como cabello. Carlitos no me miraba tampoco a mí, ahí, sobre aquel frío cemento, sucio, desgastado de miles de pasos extraños que imprimían su huella cansada y desvelada diariamente para conseguir aquel preciado documento que les –nos- permitiría cruzar legalmente al otro lado.
Carlitos no se daba cuenta de mis afanes por su languidez, por su cuerpecito desprovisto de carne y piel. Él daba vueltas y vueltas sin sospechar mi preocupación, sin notar siquiera mi presencia oscura, ni la ternura que al cabo de tanto verlo ir y venir había provocado en mí. Sobre su bicicletita, pegado a ella indefectiblemente, adherido a ese asiento por un destino fatalista que desde luego él no había tenido la oportunidad de elegir, determinado desde su origen a esa esclavitud que procuraba disfrutar o por lo menos disimular sonriendo perennemente, Carlitos sólo miraba la cintura adolorida, las piernas cansadas del hombre de adelante que lo jalaba sin ningún esfuerzo. Sus brillantes ojitos se quedaban en los zapatos gastados que guiaban sin entusiasmo la ruta cíclica de su forzado recorrido matutino.
Menos de lo que podía ver Carlitos tenía yo a mi alcance. La verdad es que me pesaba la sola idea de levantar la cara desde ahí abajo en la banqueta; prefería no involucrarme con aquellas miradas que yo sabía encontraría en la multitud alrededor mío, así que me quedé ahí abajo, observando sólo tobillos y pies que soportaban piernas que me hablaban de cuerpos motores con rostros quizá de mujer, de hombre; jóvenes, viejos; pobres, ricos; limpios, sucios; gringos, orientales, árabes...mexicanos...Carlitos -porque debía llamarse Carlitos; lo había sabido al verlo desde el primer momento, quién sabe cómo- era la única imagen total que yo me permitía, por eso, sabiendo que aquel chiquilín no conocía el rostro de su amo, que no conocía al hombre que seguía si titubeos con muda obediencia, me dejé ganar por la solidaridad e incliné más mi cabeza. Yo también me negué a conocerlo.
Un escalofrío, o quizá un recuerdo batiendo sus alas me estremeció un instante; observé mi reloj en su leeeeeeeeento caminar; escuché el murmullo creciente de la muchedumbre despertando más y más, y por último miré otra vez la figurita de mejillas sonrojadas cuando pasaba junto a mí. Envidié su coraje para sonreír de aquella manera y entonces me volví atrás, pero antes de desaparecer en el hueco de mis brazos enlazados a mis piernas, ambos, Carlitos y yo oímos la voz del hombre de adelante, vieja, gastada; llena de hastío, de amenaza y esperanza suplicante a la vez:
-¡Títeres!
¡Títeres!
¡Baratos!
¡Venga y compre sus títeres!...


SELECCIÓN POÉTICA

Con el corazón

Cuando mi voz alcanzó el sonido
y hubo quien escuchó
lo que decía,
el hombre que me amaba
me cortó la lengua.

Cuando mis manos grabaron palabras
y hubo quien leyó
lo que escribía,
el hombre que me amaba
me partió los brazos.

Cuando aprendí a hablar con la mirada
y hubo quien descifró
el código de mis pupilas
el hombre que me amaba
me sacó los ojos.

Casi sorda de nacimiento
con un álito mínimo
para beber en la huida,
una noche tomé mi corazón
entre las piernas
y abandoné
al hombre que me amaba.

1 comentario:

Amanda Pedrozo dijo...

Tremendísimo, Carmen. Por acá igual que en México son muchos los hombres que martirizan "por amor" y hasta matan. ¿Amor, eso? Mujeres golpeadas, si denuncian a sus maridos y éstos van presos, luego van a la comisaría a llevarles el desayuno y después retiran la denuncia creyendo que "es porque me quiere".