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"... el bibliotecario protege los libros no sólo contra el género humano sino también contra la naturaleza, dedicando su vida a esta guerra contra las fuerzas del olvido"
Umberto Eco

PARDO RODRÍGUEZ, Jorge Eliécer

Jorge Eliécer Pardo Rodríguez

El Líbano-Tolima-Colombia//Bogotá-Colombia

Libros publicados:
*Entre calles y aromas (poesía)
*Las primeras palabras (cuentos) en coautoría con su hermano Carlos Orlando. 1973. Pijao Editores, Ibagué, 103 páginas.
*La octava puerta (cuentos) 1985. 1a edición, Incluido en la Biblioteca de Literatura Colombiana. Volumen 61. Editorial La Oveja Negra, Bogotá, 76 páginas
*pequeñas batallas (cuentos)
*Una vez el mar (cuentos)
*Transeúntes del siglo XX (cuentos)
*El jardín de las Hartmann (novela) 1a edición, 1979. Editorial Plaza & Janés. Bogotá, 115 páginas. 1a. Edición. 2008, 8a edición, Pijao Editores, Caza de Libros. (con ocho ediciones más bajo el título de El jardín de las Weissmann y en su cuarta versión con el nombre de La estrella de las Baum, denominada así para la presentación en la telenovela de la compañía Caracol televisión de Colombia).
Irene. (novela) 1a edición, 1986, Editorial Plaza & Janés, Bogotá, 139 páginas.
*Seis hombres una mujer (novela)
*Entre calles y aromas. (poesía)1985. Pijao Editores, Bogotá, 85 páginas
*El siglo de oro de la literatura española, (ensayo) texto universitario. 1985. Ediciones Universidad de La Sabana, Bogotá, 229 páginas.

OBRA

SELECCIÓN POÉTICA

LOS INQUILINOS

POEMA I

Ese músico del cuatrocientos dos
toca el violin desde las siete
y muere a diario
en el silencio de su alcoba
Envuelto en un abrigo gris
desciende cabisbajo
con su instrumento a cuestas
y se mezcla con la neblina húmeda
Ese músico
es profesor en un liceo
organiza coros juveniles
y tose en aromonía con su pipa
Ese hombre
de barba rojiza y ojos claros
se refugia en el humo de su soledad
cada vez que pulsa el arco
como anunciando su existencia.

POEMA II

Hay quienes afirman
que esa mujer aceita las visagras
para que nadie se entere de sus amantes nocturnos
Se oyen golpear copas
boleros antiguos a bajo volumen
y sollozos en las madrugadas
Hay quienes afirman
que esa mujer enviudó
para turnarse los placeres
otros dicen
que su esposo no murió en la guerra
sino que le hace el amor
desde el portaretrato.

POEMA V

Uno sube las escaleras
palpando con la mano herida
los pisos del edificio
llega a la puerta
y una explosión se le reduce en el pecho
como si adentro lo aguardaran
quienes violaron ls hendijas y los resquicios.
La lleve penetra por la cerradura
y los espacios se tragan
los gemidos de las aldabas
a uno lo habita un túnel.
Por la otra escalera alguien baja
persiguiendo la huella
pasa la puerta sin goznes ni cerrojos
se mira al espejo
se echa en la cama destendida
mientras uno se desangra
gritando por una ventana falsa del mundo.

POEMA VI

Desde arriba
alguien desciende con manjos de llaves
probando fallebas.
Uno oye el tintineo de sombras
ausculta la noche
desnuda por los escalones
—ebria y taciturna—
buscando entre los armarios
/abalorios y espejos
para poder despertar de nuevo
uno grira
para saberse vivo

POEMAS INÉDITOS (2002)

I

Sordo tañir de voz
que viene con el rumor de la ciudad
se introduce en mi garganta
puñal o espiga
Bajas por mi sombra
y las alas se agitan
hasta el centro de la desesperanza
Las armas relucen en la noche
y el farol agobia a otros transeúntes
para escudriñar los temores
El filo penetra en las palabras
y una sílaba inconclusa sale como fuego
aumentando el triunfo
Los vencidos sonríen
y la ciudad enciende las luces
reptar eterno.
El adiós los iguala
en la despedida

II

Raíces eclosionan por los muñones
encuentran las vísceras
envuelven el cuerpo
y lo devoran
Agua y sangre
afluente de nostalgia
recorren caminos de ausencia
no hay alternativa
la tierra también poseída doblemente
por las últimas gotas

III

La humedad nace en las manos
invade la piel y serpentea hacia el suelo
Los dedos se deslizan en busca del cuerpo
encontrando el abismo
¿Quién se esconde en el sudor
de los ejecutados?

IV

El vapor
boca contra la vidriera la forma que conoce y odia
Nace y renacen
deseos
redondea sus órbitas con la lengua
frío sin lágrimas
El cuello
larga saliva
cuerpo
vaho
figura suspendida
Poseso
decapitado
ojos en el abismo
Superficie húmeda
resuello de la noche

V

Descubierto el vértice
no le temerá al vacío
Ángulos y yemas
haz tembloroso
Una y otra vez
aquí y allá
humedad erecta
suave mueca
descubierto el vértice
aprendió la muerte

SELECCIÓN NARRATIVA

SIN NOMBRES, SIN ROSTROS NI RASTROS

A las amorosas mujeres colombianas

Como a mis hermanos los han desaparecido, esta noche espero a las orillas del río a que baje un cadáver para hacerlo mi difunto. A todas en el puerto nos han quitado a alguien, nos han desaparecido a alguien, nos han asesinado a alguien, somos huérfanas, viudas. Por eso, a diario esperamos los muertos que vienen en las aguas turbias, entre las empalizadas, para hacerlos nuestros hermanos, padres, esposos o hijos. Cuando bajan sin cabeza también los adoptamos y les damos ojos azules o esmeralda, cafés o negros, boca grande y cabellos carmelitas. Cuando vienen sin brazos ni piernas, se las damos fuertes y ágiles para que nos ayuden a cultivar y a pescar. Todos tenemos a nuestros nn en el cementerio, les ofrecemos oraciones y flores silvestres para que nos ayuden a seguir vivos porque los uniformados llegan a romper puertas, a llevarse nuestros jóvenes y a arrojarlos despedazados más abajo para que los de los otros puertos los tomen como sus difuntos, en reemplazo de sus familiares. Miles de descuartizados van por el río y los pescadores los arrastran a la playa para recomponerlos. Nunca damos sepultura a una cabeza sola, la remendamos a un tronco solo, con agujas capoteras y cáñamo, con puntadas pequeñas para que no las noten los que quieren volver a matarlos si los encuentran de nuevo. Sabemos que los cuerpos buscan sus trozos y que tarde o temprano, en esta vida o la otra, volverán a juntarse y, cuando estén completos, los asesinos tendrán que responder por la víctima. Si la justicia humana no castiga a los verdugos, la otra sí los pondrá en el banquillo de los que jamás volverán a enfrentarse a los ojos suplicantes de los ultimados.
Esta noche hemos salido a las playas a esperar a que bajen otros. Nos han dicho que son los masacrados hace varias semanas, los que sacaron a la plaza principal y aserraron a la vista de todos. Quiero que venga un hombre trabajador y bueno como los pescadores y agricultores de por allá arriba y que yo pueda hacerle los honores que no le dieron cuando lo fusilaron. Mis hermanas tirarán las atarrayas y los chiles para no dejarlos pasar, uno no sabe si el que le toca es el sacrificado que con su muerte acabará la guerra. Aquí todas creemos que nuestros difuntos prestados son los últimos de la guerra, pero en los rezos nos damos cuenta de que es una ilusión. Cuando traen ojos se los cerramos porque es triste verles esa mirada de terror, como si en sus pupilas vidriosas estuvieran reflejados los asesinos. Nos dan miedo esos hombres armados que quedan en el fondo de los ojos de los muertos, parecen dispuestos a matarnos también. Muchos párpados ya no se dejan cerrar y, dicen en el puerto, que es para que no olvidemos a los sanguinarios. Los enterramos así, con el sello del dolor y la impunidad mirando ahora la oscuridad de las bóvedas.
Algunos están comidos por los peces y los ojos desaparecidos no dan señales del color de sus miradas. A muchos de los que nos regala el río y no tienen cara, nosotras les ponemos las de nuestros familiares desaparecidos o perdidos en los asfaltos de las ciudades. Pegamos las fotografías en los vidrios de los ataúdes para despedirlos con caricias en las mejillas. Fotos de cuando eran niños, con sus caras inocentes. Las novias hacen promesas, las esposas les cuentan sus dolores y necesidades y las madres les prometen reunirse pronto donde seguramente Dios los tiene descansando de tanta sangre. Las solteras les piden que les traigan salud, dinero y amor. Y cuando las palomas anidan en las tumbas es el anuncio de que deben emigrar para otra parte de Colombia o para Venezuela, España o los Estados Unidos.
Los primeros meses poníamos en sus lápidas las tristes letras de nn y debajo un número para que todos supieran que era un muerto con dueño, o mejor un desparecido reencontrado. Cuando nadie viene por ellos y las autoridades también los dejan a la buena de Dios, los dueños de los cadáveres los rebautizan con los nombres de sus muertos queridos. Es como un nacimiento al revés: parido entre el agua del río y lavado después en la arena. Les llevamos flores, les encendemos veladoras y les regalamos rosarios completos y unos cuantos responsos. Todas sabemos que en cada rescatado hay un santo.
Los lunes nos reunimos en un rezo colectivo porque ya todas tenemos muertos y sabemos que están muy solos y que todavía sienten la angustia de haber sido degollados, descuartizados o ejecutados con desmayo en la humillación. El dolor produce una mueca que nos hace respetar más al sacrificado. A los aterrorizados les tenemos más amor y consideración porque uno nunca sabe cómo es ese momento de la tortura lenta y cómo enfrentaron las motosierras, las metralletas, los cilindros bomba.
Cuando oímos los llantos colectivos de las viudas errantes buscando a sus muertos, en peregrinación por las riveras, como nuevos fantasmas detrás de sus maridos, les damos los rasgos corporales y les entregamos los cadáveres recuperados. Lloramos con devoción y esa misma noche se los llevan envueltos en costales de fique, en sábanas viejas, en barbacoas o en los cajones simples que nosotras hemos alistado para los difuntos santificados. Romerías con linternas apuntando el infinito con estrellas como pidiendo orientación al cielo para no perderse en los manglares, tras la huella invisible del río. Lloran como nosotras la rabia de la impotencia. Cuando no encuentran al que buscan nos dejan su foto arrugada porque ya no importa tanto la justicia de los hombres sino la cristiana sepultura de los despojos.
Nos hemos contentado con recibir y adoptar pedazos porque tener uno entero es tan difícil como el regreso de nuestros muchachos reclutados para la muerte. Ellos no volverán, mucho menos las noticias porque la guerra se los come o los ahoga. Cuando no se los traga la manigua, los matan las enfermedades de la montaña o el hambre.
Nos han dicho que no somos los únicos en el puerto, que en Colombia los ríos son las tumbas de los miserables de la guerra. Los viejos nos han dicho que siempre los ríos grandes y pequeños albergan a las víctimas, desde la violencia entre liberales y conservadores de los siglos pasados cuando venían inflados, flotando, con un gallinazo encima.
Al reemplazar el nn en la lápida por el nombre de nuestro esposo o hijo, la energía que viene del cemento es como la que sentimos cuando nos abrazábamos antes de la desaparición. Lo sabemos porque al golpear la pared y empezar las conversaciones secretas, después de las palabras, aquí estamos, no estás solo, nos llega un vientecito tibio como el calor de los cuerpos de nuestros seres inmolados. Los santos asesinados son los mismos en todo el mundo, en todas las guerras y nosotras lo sabemos sin decírnoslo. A algunas de nuestras vecinas les han dicho que se vayan del puerto, que busquen en las ciudades un mejor porvenir para los niños y muchas se han ido sin regreso posible. Entonces regalan o encargan a su muerto, a su Alfredo o Ricardo, a su Alfonso o Benjamín, para que los guíe y cuide en los largos y miedosos tiempos del errabundaje. Así el puerto se ha quedado con muy pocos niños y las adolescentes desaparecen antes de que los padres las saquen de las zonas de candela. Por eso creemos que nuestros muertos, los descendientes sacrificados que nos da el río, reemplazarán a tantas familias que mendigan por Colombia. Mi esposo seguramente ha sido redimido por otra madre desconsolada, más abajo de aquí, porque hemos sabido que lo arrojaron desnudo y dividido, lo acusaban de enlace de los grupos armados. Tendrá otras manos y otra cabeza, pero no dejará de ser el hombre que amaré por siempre, así me lo hayan arrebatado untado con mis lágrimas. Se me ha acabado el agua de mis ojos pero no la rabia. El perdón, el olvido y la reparación, han sido para mí una ofensa. Nadie podrá pagar ni reparar la orfandad en que hemos quedado. Nadie. Ni siquiera el río que nos devuelve las migajas, nos da la comida para vivir y nos entrega los muertos para no perder la esperanza.
Nuestro cementerio no es de desconocidos como pretendieron hacernos creer. Nosotras no pedimos a nuestros muertos números de suerte ni pedazos de tierra para una parcela, pedimos paz para los niños que aún no entran en la guerra a pesar de que a muchos de nuestros sobrinos los han quemado o arrojado al agua. Los niños no llegan a las playas, no son pescados por manos bondadosas. Dicen que a ellos los rescata un ángel cuando los asesinan. El río los purifica.
Después de tantas noches de cielo hechizado, de tanto llanto contenido, mi hija ha quedado viuda. Por eso está conmigo esta noche en la orilla, rezando para que baje un hombre por quien llorar junto a nosotras. Más arriba hay chorros de linternas. Sabemos que cada uno tiene los muertos que el río buenamente le entrega. No importa que seamos un pueblo de mujeres, de fantasmas, o de cadáveres remendados, no importa que no haya futuro. Nos aferramos a la vida que crece en los niños que no han podio salir del puerto. A nuestras criaturas inocentes las hemos dejado dormidas para salir a pescar a los huérfanos de todo. Mañana nos preguntarán cómo nos fue y nosotras les diremos que hay una tumba nueva y un nuevo familiar a quien recordar.
Bajan canoas y lanchas. No sabemos si estamos dentro de un sueño o nosotras flotamos despedazadas en el agua turbia, en espera de unas manos caritativas que nos hagan el bien de la cristiana sepultura.

SELECCIÓN ENSAYÍSTICA


Manuel Acosta Bejarano: de la savia al arte
Por Jorge Eliécer Pardo
Manuel Acosta Bejarano, más conocido como Macosta, es un artista de la madera. No un artista cualquiera, de aquellos que ostentan títulos y pergaminos en su carrera de bellas artes. No, este hombre es uno de esos seres extraordinarios que logra extraer a los árboles su esencia porque cada vez que se enfrenta al roble o al cedro es poseído por una fuerza extraña que lo lleva hasta la vida o la muerte, el ave o el toro, el caballo o el jaguar y, poniéndose la piel de sus personajes, deja que las herramientas y su brazo pase por el lomo, el plumaje o la cabeza de quienes invaden su espíritu y lo conducen por las líneas y volúmenes de sus piezas escultóricas.
Nació en San Juanito (Meta) en 1933 y ha desempeñado múltiples oficios, campesino, arriero, maestro de obra, carpintero, es decir, hasta la edad de 35 años fue todero hasta cuando descubre que su verdadera vocación y sentido en el mundo era la de sacar formas a la madera. Así, a los 48 años hace su primera exposición individual en la Sala del Banco de la República de Villavicencio pasando posteriormente por la Galería Santafé de Bogotá, el Comité de Ganaderos (Villavicencio), el Servicio Colombiano de comunicación Social (Bogotá), la Galería Inés de Bogotá, la Casa de la Cultura de Granada (Meta) y el Club Meta de Villavicencio. Múltiples han sido las colectivas donde ha participado como también en varios salones Nacionales. Sus exposiciones han sido bautizadas como El Llano, belleza adolorida; Las huellas del viento y Naturamérica grita.
La vida y su estudio sobre la filosofía y el ser humano lo conducen a sus planteamientos sobre el sentido de los seres humanos en la tierra, sus distintas etapas de evolución y el regreso permanente a cuerpos y formas. Con estos planteamientos sus figuras de madera tienen el movimiento y las concavidades de los siglos y las reencarnaciones. Confiesa, por lo tanto, que la creación es un desdoblamiento que llega en la soledad. Recuerda cómo, en el momento en que estaba puliendo su pieza La madre y el niño, el tacto empezó a agrandarse lo mismo que su brazo que creció al infinito, hasta el cosmos, para tocar a la mujer universal, a la mujer madre, esposa, amante, compañera, con vibraciones que duraron segundos de absoluta etapa unitiva que llamaban los místicos en la literatura del Siglo de Oro español. Lo mismo le ocurrió cuando intentaba dibujar un toro con la dificultad del comienzo hasta cuando la realidad que invoca entra en su cuerpo y pudo ver, tocar, oler, sentir ese toro que luego salió como por posesión en el trozo de madera.
Su concepto sobre la muerte, que tanto le duele por las masacres que ha tenido que vivir desde la época de la violencia de los años cincuenta hasta la de finales de siglo en Colombia, es la de un instante pasajero en la vida de los seres. Su obra «Aroma de sangre», que conserva en la sala de su casa porque es la que más se acerca a su concepto filosófico y estético, muestra cómo la muerte viaja en múltiples posiciones porque la pieza puede colocarse en varios ángulos para apreciar los que tiene la miseria y la fugacidad de las existencia. Pero son sus muertos los que pueblan sus sueños y pesadillas y los que lo hacen miserable en el mundo. Cuando recuerda al poeta Julio Daniel Chaparro, asesinado, lo invade una inmensa mezcla de ternura, rabia y pena al saber que él sigue vivo haciendo piezas de madera mientras sus muertos esperan el reencuentro.
Sus figuras contienen el grito de protesta ante la tierra y el cosmos porque la violencia no les ha permitido ser como la evolución lo ha predispuesto.
En el Segundo encuentro Internacional, El porvenir del mundo: un compromiso de las culturas por la vida, dijo, no tengo suficientes conocimientos confiables para mí mismo sobre la agresividad humana, si ésta es la misma agresividad animal mediada por la cultura, lo cual se prestará a decir que violencia simbólica es violencia física sublimada. Yo tiendo a pensar que el hombre, el sistema individuo o colectivo, sometió lo instintivo a unas reglas de producción de la cultura; entonces nuestra manera de ser agresivos es a mi juicio distinta a la manera en que son agresivos los animales. Los etólogos seguramente tienen evidencias contrarias, pues yo tiendo a ver la violencia simbólica sobre determinando la violencia física. Tal vez mi única diferencia es que no podemos andar simbólicamente desarmados, andamos con mísiles, lo curioso es que en medio de la guerra simbólica nos preocupa enormemente la fertilidad de la guerra, no sólo para uno sino para el otro.
De Manuel Acosta escribió en 1986 el poeta Vidales que, «Luis Tejada, el gran Tejada, entonó en una de sus crónicas la canción del carpintero. Parece que se estuviera refiriendo a Manuel Acosta, pero transfigurado en el arte, que desde Villavicencio modula estas obras «de bíblica talla en madera». No en muerto. No en mudo. Trascendiendo de la simple decoración. Cantando. Danzando al compás de los mundos. Erigiéndolas casi como instrumentos musicales. Razonándolas y razonando. Es Tejada mismo quien pregunta por qué Renan no fue carpintero, siendo su «filosofía discreta y ondulada, sin aristas ni púas hirientes, armónicas como el alma rústica de la madera». Sí, ondulaba como las obras de Acosta. Girantes. De breve dimensión y trazo gigante. En busca del infinito. Avasalladoras del ámbito. Haciéndolas intervenir en cada escultura. Tomándose los tramos de espacio para sí. Apropiándose sin llegar al barroquismo. ¡Qué danza! ¡Qué fiesta de la ascensión! Y vuelta a Tejada porque también este Manuel Acosta, carpintero«que pone en nosotros el contacto con la madera nueva». Y otra cosa: la ensoñación que prende en el observador de sus obras la ausencia de la viruta. Porque ellas han sido hechas por la sustracción de materia. ¡Ah! y algo más todavía: la presencia intangible de otro elemento: el perfume. El aroma del cedro y el roble, como dice Tejada. El olor de nuestras maderas nativas, que es puro olor de la Patria».
Y el inmolado poeta Julio Daniel Chaparro saludó con su lírica desbordante al maestro Acosta diciendo que él «es una suerte de mago, de raro inventor. Hay que verlo tallando. Hay que verlo armando sus obras que lentamente apuntan hacia el cielo hasta que el cielo los dibuja. Hay que verlo reverenciando la madera, intentando una figura a pesar del aire, encima de la última sombra. Hay que verlo. Hay que admirarlo».
Y el investigador y novelista Eduardo Mantilla Trejos haciendo analogía entre un texto de Camilo José Cela y la obra de Macosta escribió en 1994: «Manuel Acosta, el dimiurgo el curaca, arrancó de los caldos llaneros en el hervor del medio día y esculpió su furia en el madero para que nunca más seccione las tetas de las vacas ni sirva de pasto literario a las calenturientas mentes de Cela y de Rivera».
Y con relación a los caballos, escribe Mantilla que «también existe ese instante estelar en que la razón vence al instinto, y la pericia a los relinchos desatados, para que nunca más los caballos cerreros de los Llanos desnuquen al hombre contra las raíces formidables de los ceibos, de cara al sol y danzante la vista como en un vértigo de tolvaneras. (...) Conocí al curaca o al demiurgo, en Villavicencio, ciudad de nombre largo y palpitaciones cortas, en un taller donde apenas sí cabían los aromas del cedro montaraz y el rebullir de unas manos huesudas en busca de la vida. una garza de alas, cuello y picos largos como los sueños de un infante. Supe luego que el ave emblemática del Llano, agobiada por el claustro y temerosa de un zorro que iba cobrando forma batió las alas rígidas y se alejó soñando en ribazones de platedas escamas. Esto es Macosta, un hacedor de vida, exaltado por los poetas Luis Vidales y Julio Daniel Chaparro antes de que los timbres sonaran para ellos desde la eternidad».
Aún recuerda sus días de ebanista junto a sus hermanos, las tardes frías de Bogotá cuando salía con un perrito de madera a venderlo en el Parque de los Periodistas y, de igual manera, sus trabajos con la comunidad. En su casa, rodeado por sus múltiples hijos y sus figuras deambulando por la sala, el comedor y toda la casa, cargando su figura de Quijote de la modernidad del arte y la vida, Macosta sigue en el hermoso pero a veces duro trabajo de hallar la sabiduría en las cortezas de los árboles, uniendo el cosmos —en sus viajes astrales— con la savia que entrega a sus seres perfectos llenos de plasticidad.

1 comentario:

idom dijo...

Macosta, gran maestro. Bueno ver fotos de su obra, mejor verla en vivo.Larga vida.